jueves, 29 de octubre de 2009

EL CANSANCIO



El cansancio es mi hermano más lento. Lo tengo que llevar sobre mi hombro a todas partes. No quiere entender lo que digo y, a veces, me tapa la boca con tan sólo un ademán de su mano. Sabe cómo racionar sus energías a mi costa. No es tonto.
Hoy he tenido un resplandor en mi cerebro. No sé si llamarlo ocurrencia, inspiración o simplemente ha sido una tormenta eléctrica de mis neuronas. El caso es que lo he sentido con esa felicidad con la que un niño encontraría un juguete perdido. Me he girado hacia mi cuaderno y, al coger mi pluma, me he hundido por el peso de mi hermano. 
-¡Ya está bien! -le he dicho-. Échate en la cama y déjame hacer mis cosas. 
Me ha respondido que yo soy su cama. Que nadie como yo se adapta mejor a su naturaleza pesada y quejumbrosa. 
¡Qué le vamos a hacer!
Hoy tengo una tortuga gigante dentro de mí.



Ricardo García Nieto

domingo, 19 de julio de 2009

AHAB Y BARTLEBY


El monstruo siempre estuvo ahí. Y la pregunta es casi eterna: ¿cómo podemos acabar con él?
Herman Melville supo describir muy bien los dos estados del alma, dispuesta a esa lucha, en sus obras "Moby Dick" y "Bartleby, el escribiente".
En "Moby Dick", el capitán Ahab, hombre “con una crucifixión en el rostro”, persigue sin piedad a la blanca ballena que lo mutiló un día. Su sed de venganza encarna “la suma de toda la ira y todo el odio que la raza humana entera siente desde los tiempos de Adán”.
Por el contrario, el escribiente Bartleby no persigue nada. Llega un día a su oficina, se sienta ante su mesa y apenas habla o se mueve. Se limita a responder a cualquier orden con la frase “preferiría no hacerlo”. Su consecuente inacción rompe toda lógica. Es el arquetipo de la gran negación, la imagen de un rechazo en paz. En paz casi cadavérica.
Ahab y Bartleby son dos extremos que se tocan ante el mismo enemigo. Dos formas muy diferentes de enfrentarse al monstruo: la acción destructora y la repulsa pasiva.
Moby Dick, la ballena blanca, es el símbolo del Mal, la bestia, el dragón, la mátrix de los mercados, el compendio de todos los fantasmas y demonios, una criatura con una “maldad inteligente y sin ejemplo”.
Pero ¿no es acaso esa misma bestia la que amenaza al escribiente, docente, carpintero, médico o mendigo, la que enajena a cualquier ser humano sometido a la exigencia de consumir y a la labor mecánica de producir, a la alienación que priva al hombre de su carácter más humano?
El monstruo siempre estuvo ahí, llenándonos con su vacío, intentando convertirnos en muñecos votantes, consumistas, serviles y productivos.
Habrá que perseguirlo hasta matarlo o mirarlo a los ojos para decir “no”, para responder con un “preferiría no hacerlo” a sus cotidianos requerimientos.
Cada cual hallará su camino entre ambos polos.


Ricardo García Nieto

sábado, 30 de mayo de 2009

NOS MIRAN OTROS MUNDOS

Sobre visitantes de otros mundos, el poeta Amado Nervo escribió en 1917 un poema titulado “El gran viaje”. Vuelvo a releerlo:

¿Quién será, en un futuro no lejano,
el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Quién logrará, con máquina potente
sondar el océano
del éter, y llevarnos de la mano
allí donde llegaran solamente
los osados ensueños del poeta?
¿Quién será, en un futuro no lejano,
el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Y qué sabremos tras el viaje augusto?
¿Qué nos enseñaréis, humanidades
de otros orbes, que giran
en la divina noche silenciosa,
y que acaso hace siglos que nos miran?
Espíritus a quienes las edades
en su flüir robusto
mostraron ya la clave portentosa
de lo Bello y lo Justo,
¿cuál será la cosecha de verdades
que deis al hombre, tras el viaje augusto?
¿Con qué luz nueva escrutará el arcano?
¡Oh la esencial revelación completa
que fije nuevo molde al barro humano!
¿Quién será en un futuro no lejano
el Cristóbal Colón de algún planeta?


Recuerdo que mi padre me lo dio a leer cuando yo era niño, señalándome la posibilidad, ya contemplada por el poeta mexicano en 1917, de la existencia de humanidades “que acaso hace siglos que nos miran”. Era la España de los 70, un país a medio camino de todo en el que oleadas de platillos voladores eran noticia en las primeras planas de diarios como “Pueblo” o “ABC”. A mi padre le hacía gracia que Amado Nervo se adelantara tantas décadas, en uno de sus poemas, a las especulaciones que sobre el fenómeno ovni se hacía en aquellos años. La poesía nunca está al margen. De nada.
Esos objetos anómalos que se han observado en el cielo a través de la historia, además de ser fenómenos naturales “perfectamente explicables” o prototipos militares mantenidos en secreto, quién sabe si los Cristóbal Colón de otros mundos, ¿no podrían ser los ojos, los instrumentos que nosotros mismos hemos puesto desde el futuro para observarnos?
No me deja de fascinar la idea de que los arqueólogos del futuro, en vez de hacer excavaciones en la tierra, sean capaces de hacer excavaciones sobre esa dimensión que llamamos tiempo, y que esos objetos suspendidos en el cielo, que hemos convenido en denominar ovnis, no sean otra cosa que las lentes con las que nos observamos nosotros mismos.


Ricardo García Nieto

viernes, 15 de mayo de 2009

CUANTO MÁS LEJOS, MÁS CERCA

 
Me detuve ante el cuadro de Georges de La Tour “El sueño de San José” y pensé:
Cuanto más lejos estoy de aquello,
aquello está más cerca de mí.
Pero ¿qué era aquello?
Intenté emplear otras palabras: Dios, luz, verdad... La idea de Dios fue la primera que vino a mi mente. E intentando jugar con la frase, fui cambiando de concepto, y la arquitectura resistía. Pero se hundió cuando intenté calzarle conceptos económicos. Probé con inflación y no funcionó. Sencillamente, se derrumbó.
El cuadro representa la aparición de un ángel a San José mientras duerme. La luz incide directamente sobre el rostro del ángel, pero su origen está oculto, tapado por su brazo. Sabemos cuál es, sabemos que es la llama de una vela, pero no la vemos. Apenas podemos percibir su penacho de luz. Del mismo modo, el ángel que se aparece tiende sus brazos hacia San José, pero su origen, la causa divina, no se ve. Todo ángel es mensajero. Ni siquiera sabemos si el ángel que vemos está en el sueño del viejo José o está fuera, si es lo que él está viendo o lo que ve el espectador sin que el durmiente se percate de ello.
Recibimos las luces y las sombras del ámbito místico, lo repentinamente perfilado sobre las tinieblas, pero no alcanzamos a ver la totalidad.
En el mundo espiritual se pueden producir saltos, iluminaciones, súbitas conversiones... En el mundo material, tangible y económico, todo es más gradual y progresivo, como la inflación, y han de deshacerse los caminos con el mismo esfuerzo con el que se hicieron. A periodos de expansión X siguen periodos de contracción X.
Gracias al cielo, y nunca mejor dicho, en el ámbito del ser, del espíritu o del "sí mismo", las transiciones pueden ser desmedidas, casi, casi milagrosas.
Lo dicho:
Cuanto más lejos estoy de lo sublime,
lo sublime está más cerca de mí.

Ricardo García Nieto



miércoles, 13 de mayo de 2009

LOS DOS CEREBROS DE SAN JERÓNIMO

Caravaggio utilizó al mismo modelo para su San Jerónimo en meditación  y su  San Jerónimo escribiendo. Pocos pintores han estado a su altura a la hora de plasmar dos actividades del cerebro tan dispares. El primero de los Jerónimos parece estar mirando hacia adentro, como ligándose a lo más alto, a lo celeste, a lo divino. El segundo fija su mirada en el libro, como si la enfocara a lo terrestre, a las mieses del mundo.
Mente lunar y mente solar. La una reflejando, como la luna, una luz que no es suya, que viene de otro sitio; la otra proyectando, como el sol, su propia claridad, lo que ha de quedar escrito. Dos formas de ser, buscando un ser sin forma. 

Pero los dos Jerónimos son el mismo hombre. El uno da, el otro recibe. Y la presencia de la muerte los unifica. ¿Quién es San Jerónimo en estos lienzos? Un alma como la tuya o la mía: la energía que conduce un insignificante cuerpo hacia la contemplación y la acción.

Los cambios que se producen en el mundo suceden primero en el interior de los hombres. Todo cambio hacia un estado superior de conciencia supone un acercamiento al alma, a ese pasajero que llevamos adentro y que trae al mundo una lección aprendida hace milenios. Si no lo escuchamos, estaremos abocados a ir en contra de la Providencia.

Lo de arriba es abajo al igual que lo de abajo es arriba. El peligro es quedarse al margen.


Ricardo García Nieto



martes, 5 de mayo de 2009

MEMENTO MORI


Uno se sitúa ante el papel como si lo hiciera ante una cámara fotográfica: sabiendo que ha de morir. Y aguarda el milagro con la mirada puesta hacia el sol de poniente, hacia donde acaba el mundo material y comienza el espiritual. Tiene la certeza de que allí habrá de regresar un día como quien vuelve a su verdadero hogar. ¿Qué más alto conocimiento nos ha reservado el destino en nuestro tránsito por el mundo? Ninguno más crucial que éste.

Seamos lo que seamos: pastores de animales, hombres o ideas; salvadores, víctimas o verdugos... Seamos lo que seamos, nuestro fin es idéntico. La finitud de nuestros cuerpos es inevitable y la experiencia más importante de nuestras vidas, la muerte, habrá de llegar como liberación o como terror. Su presencia, querámoslo o no, habrá de acompañarnos cada día. Y lo que para algunos será la amiga que nos señale el camino de la libertad, para otros será la aguafiestas que se sentará en todos los banquetes y tertulias, bailará en todas las celebraciones y se irá de compras al tumulto de los grandes almacenes. Algo habrá que comprar con lo que llenar el vacío que supone su presencia.

Memento mori, decían los clásicos: recuerda que has de morir... Partiendo de esta premisa vital, más vital que ninguna otra, miro hacia mi cámara, hacia la noche que me deslumbra, y disparo.


Ricardo García Nieto