viernes, 21 de septiembre de 2012

LA MIRADA DE QUIENES FUIMOS


La sonrisa no se atreve. La mirada sí. Es como una hoz contra la penumbra. Siega la tiniebla. Dice de sí y de quien la pintó. Todos miramos desde la serenidad o la agonía. Desde la ansiedad o la inmutabilidad de la experiencia, que, tarde o temprano, nos hará sentir fugitivos. Apenas unos rescoldos en la claridad de los días.
La sonrisa no se atreve, la mirada lo da todo. Arranca de lo más hondo el brillo de nuestra naturaleza. ¿Alguien podría disfrazarla?
Hoy me ha llegado una pintura, una obra de Basi Mateo. Hoy me ha llegado la mirada que algún día tendré. Cuando sepa quién soy. Es como un faro, una baliza, una lumbre en el ancho mar tenebroso del caos. Una luz que me dice: recuerda, Ricardo, que algún día sabrás tanto como la poseedora de esa mirada.
Firme la frente, los pómulos amplios, nunca angulosos, el cabello como límite de la realidad, la mentirosa realidad… Y el breve mentón. Catapultas del rostro para el chorro segador de la mirada.
Pasamos por el mundo con el corazón perdido, con el alma ensordecida, con la mirada ciega… El artista tiene la virtud de recordarnos nuestro extravío. Nos lo puede decir con palabras, gestos, giros de bailarín, notas musicales… O nos puede poner delante el retrato arquetípico de quien posee la luz, la imagen de quienes fuimos alguna vez, la mirada que teníamos antes de poner los pies en este mundo.
El artista conoce ese estado del alma, lo sabe sin saber, señala para que veamos, para que seamos, para que recordemos cuántos gramos de eternidad regalamos con cada parpadeo.
Miro la mirada que pintó Basi Mateo y sé algo más de la claridad, de la verdad deslumbradora que me aquieta para hacerme saltar desde adentro.
Debo compartirla.


Ricardo García Nieto


 Basi Mateo. Autorretrato.

lunes, 3 de septiembre de 2012

GLOBOS, BOTELLAS Y ROCAS


Nuestros cuerpos son globos llevados por el viento. El aire de nuestro interior es el mismo aire que hay a nuestro alrededor. Cuando el globo se desinfla, el aire de cada cual regresa a casa.
Nuestros cuerpos son botellas llenas de agua de mar. Flotamos en el mismo océano. Cuando la botella se rompe, el agua de nuestro interior vuelve a su origen. Mientras tanto, somos llevados por corrientes marinas, tintineamos las unas contra las otras y podemos rompernos. Es lo que llamamos discordia. La luz del sol se refleja mejor en la botella que ha perdido sus etiquetas, que comparte su brillo con las demás. Es lo que llamamos amor.
Nuestros cuerpos son rocas puliéndose por el viento y las mareas. Pierden sus asperezas hasta quedar en nada y regresar al aire y al mar. Como los globos y las botellas.


Ricardo García Nieto