lunes, 26 de agosto de 2013

EL HACEDOR DE BUCLES

Me moriré a mi hora, sin querer parecerme a nadie ya, sin tener que rendirme a nadie ya, sin someter a nadie ya. Me moriré a mi hora y dejaré cosas pendientes, lo sé. Nunca fui libre en este país que presumía de libre. Nunca conocí la democracia en este país que la tenía por bandera. He vivido en un teatro, condenado a ver siempre la misma función. Me inculcaron valores que desaparecieron. Me instruyeron en cosas que dejaron de ser útiles. Bebí de una cultura que borraron. Me moriré a mi hora sin que nadie me haya enseñado a hacerlo; en esto he sido un autodidacta. Cientos de viandantes pasan tras mi ventana con semblante sombrío: angustiados, tristes, presos de la deshumanización que la plutocracia impone. ¿Para qué habrán servido sus vidas? ¿Para enriquecer a unos pocos? Me moriré a mi hora mirándome en esos espejos de carne y hueso. Un hombre grita a su mujer. Un listillo impone su absurda voluntad a alguien que no tiene fuerzas para rechazarla. Un político se salta la ley y nadie responde. Todo es lo mismo. Y no hay energía para cambiarlo. Me moriré a mi hora y llegaré tarde. Esta tragedia dura ya demasiado. Cansa. Aburre. Dormiré esta noche con la esperanza de que mañana suceda algo esperanzador, algo que nos ponga en el camino. ¡Quién sabe! Lo mismo estamos a tiempo.


Ricardo García Nieto

martes, 20 de agosto de 2013

CONEJOLANDIA


En Conejolandia había cinco conejos: tres idiotas, un político y un banquero.
Cada día, los tres idiotas recogían cuantas zanahorias encontraban a su paso.
A la hora de la cena, el banquero devoraba la mitad de las zanahorias, siempre con semblante grave, como si al mirar al resto los amenazara con una escopeta.
El político se comía la otra mitad con su mejor sonrisa. Afable y seductor, advertía a los tres idiotas de la necesidad de ser más competitivos entre sí, de mejorar el número de unidades recolectadas si querían mantener su estado de bienestar.
Los tres idiotas, muertos de miedo, participaban del festín mordisqueando las sobras que dejaban los otros dos, a los que agradecían el estar empleados indefinidamente.
Lo mismo que en Conejolandia, sucede en el mundo: el dinero ficticio que emana de los bancos hace que miles de millones de seres humanos se dejen algo más que sus esfuerzos, coches o casas para conseguirlo. Renuncian a su libertad y su tiempo, que es el único capital que tienen en sus vidas. Y a su dignidad, al convertirse en esclavos complacidos. Manoseados por la televisión, los parlamentos y las sucursales de la usura.
La complacencia de estos esclavos llega al virtuosismo en España, donde se vota y sostiene con fervor mariano a la casta política y financiera. Donde se cree que un cataclismo bíblico habrá de sobrevenir si la dejamos al margen.
Y es que España lleva en el nombre su maldición: Hispania proviene del término fenicio Hiš-pʰanim, que puede traducirse por “Tierra de conejos”.


Ricardo García Nieto

jueves, 8 de agosto de 2013

UN PAÍS DE DOLOROSA FÁBULA


Vivimos en un país de dolorosa fábula:
1) Un país cuya deuda es impagable. Una deuda que se creó con dinero ficticio para cobrarse bienes y trabajos (cosas y esfuerzos) no ficticios.
2) Un país cuya constitución fue reformada para que el pago de esa deuda fuese prioritario sobre el bienestar de sus ciudadanos. En otras palabras: una constitución que antepone los intereses de los bancos extranjeros sobre los derechos de los seres humanos a los que somete.
3) Un país cuyos políticos votaron a favor de esa reforma constitucional y la tramitaron con urgencia.
4) Un país cuyo rey firmó: “Mando a todos, particulares y autoridades, que guarden y hagan guardar esta Reforma de la Constitución como norma fundamental del Estado”.
5) Un país de sujetos pasivos, que jamás podrán negociar esa deuda blindada por su “ley de leyes”.
6) Un país de siervos complacidos, en alto grado, con la banalidad que emana de los medios de comunicación.
Como sociedad, estamos practicando una muerte. Sólo si somos conscientes de nuestra podredumbre, propiciaremos nuestro renacimiento.


Ricardo García Nieto