Durante la Primera Guerra Mundial, Martin Niemöller fue comandante de
submarinos. Después se convirtió en predicador. En 1933, ganó popularidad con
su libro “Del submarino al púlpito”, en
el que describió su transformación en pastor. Un año después conversó con
Hitler en una reunión con los líderes de las iglesias protestantes de Alemania.
Hitler dijo:
-No deben preocuparse: sus
iglesias seguirán exentas de impuestos y mantendrán su cobertura legal.
-Nuestra preocupación no es ésa
–respondió Niemöller, ante el pasmo de sus colegas-; nuestra preocupación es el
alma de los alemanes.
-El alma de Alemania déjemela a
mí –replicó Hitler.
En 1937, poco antes de ser
arrestado por oponerse a la nazificación de las iglesias, advirtió en uno de
sus sermones: “No estamos dispuestos a guardar silencio por mandato del hombre
cuando Dios nos ordena hablar”.
En 1938 se celebró el juicio
que lo condenó a sus primeros 7 meses de prisión.
-¿Cómo se atreve usted a
desobedecer al Führer? –preguntó el juez.
-Mi único Führer es Dios
–contestó Niemöller.
Al salir de la cárcel, fue
arrestado por orden directa de Hitler como su “prisionero personal” y enviado a
los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau.
Con la derrota alemana en la
guerra, fue liberado por las tropas estadounidenses. Habían pasado ocho años,
su hija menor había muerto de difteria y dos de sus hijos habían caído en el
campo de batalla. Puso sobre sus hombros el peso de la culpa y en uno de los
sermones más célebres de la historia, durante la Semana Santa de 1946 en
Kaiserslautern, dijo:
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no
era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era
judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era
sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era
protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que
dijera nada.
Estas palabras, transmitidas oralmente, que fueron atribuidas
erróneamente a Bertolt Brecht, calaron tan hondamente durante la posguerra que
se convirtieron en uno de los textos morales de mayor peso en la historia.
Hitler había perdido militarmente su guerra, pero acababa de sufrir
una segunda derrota en el más allá. Esta vez en el alma de los alemanes.
Ricardo García Nieto