Cuando saltas, se disloca tu cuello, clac, y un lento frío
comienza a irradiarse desde tu corazón. Hay un lejano túnel de luz al que te
quieres acercar, pero no puedes moverte. A tus pies, familiares, médicos y
bomberos bajan tu cuerpo de la improvisada horca, pero tú te quedas colgando.
Ves tu figura, tu cara con tu gesto menos atractivo y las reanimaciones
inútiles hasta que te ponen sobre una camilla y te alejan de allí. Muy parecido
a lo que tanto se relataba en libros o en reportajes de televisión. Veo a mi
hija, unida a mí con un fino cordón de plata. Quiero llamarla, gritar, pero sigo,
mudo e inmóvil, colgado de una cuerda inmaterial. El dolor te quema y te
asfixia hasta que pierdes la conciencia. Salgo del horrible trance y me
pregunto cómo puedo dolerme de nada si estoy muerto. Hay medusas flotando en el
ambiente, como sumergidas en el mar. ¿Qué demonios sois?
-Pues eso, demonios –responde alguna-, aunque las
tradiciones herméticas suelen denominarnos arcontes.
-Quiero bajar de aquí.
-No puedes; vas a pasarte un buen tiempo aprendiendo ahí lo
que te negaste a aprender en la vida.
El infierno de la desesperación me quema y pasan por mi
mente todos los errores de mi vida, viviéndolos como la víctima de los mismos y
no como el hacedor de los males. El dolor de mi hija, de mis familiares y
amigos me asalta en este instante: puedo verlos sin moverme de mi cuerda en el
tanatorio más cercano. Se habla de homenajes a mi figura y críticas
exageradamente generosas sobre mi obra. Me dan ganas de vomitar. Pero me quedo
en las arcadas: los seres inmateriales no emanan fluidos.
Las medusas siguen allí.
-Así que arcontes –murmuro-… ¿Porqué tenéis forma de medusa?
-Dios hace lo que puede a su imagen y semejanza: hombres,
arcontes, ballenas, escarabajos…
-Dios no existe –afirmo con seguridad.
-Tampoco existíamos nosotros hasta que nos has visto después
de tu salto… Tus planteamientos
sobre lo trascendente e inmanente o la tontería tuya de la “Weltanschauung”
vienen de vuestra humana adicción a las palabras y categorías. Aquí todo es
visión directa.
-Pero yo sólo veo medusas, malditas medusas como vosotras
-Somos lo primero que ves porque siempre te hemos
acompañado.
-¿A mí?
-Sí, a ti, desde que tenías siete años.
-¿Para qué?
-Para influir en tus pensamientos. Incluso en el de
suicidarte.
-Sois una abominación.
-Somos criaturas de Dios, como tú… Por cierto, mira cómo te
llevan flores.
Veo mi tumba y a muchas personas en oración o silencio. El
hilo de plata que aún me une a mi hija, su tristeza, ¿por qué me dejaste, papá?
Veo los pensamientos de muchos: era un mediocre escritor; tuvo la suerte de
morir joven y hacerse célebre; mira que me has jodido –pensaba su casero-; a
ver quién alquila la casa de un ahorcado…
-¿Cuánto tiempo ha pasado? –pregunté.
-Una semana.
-Pero si llevo aquí media hora…
-Tu tiempo ahora pasa muy deprisa.
-¿Y qué hacéis aquí si yo ya estoy muerto?
Esperar nuevos huéspedes: en poco más de un mes se instalará
aquí una familia con tres niños. Aprenderás de ellos lo que te faltó en vida y
nosotros cumpliremos nuestra misión.
-Amargarles la existencia, parásitos.
-No. Sólo los tentaremos. ¿De dónde crees que viene el mal
en el mundo y para qué te crees que sirve el libre albedrío? Por cierto, ¿no te
has fijado en los que guardan silencio ante tu tumba? Mira por encima de ellos.
Cientos de medusas traslúcidas flotaban como nubes por
encima de sus cabezas.
Ricardo García Nieto.