El mundo se ha vuelto tan divertido como doloroso. Los idiotas felices de los anuncios nos tienden una trampa cada día. Salen de nuestro televisor con la soltura de los fantasmas al atravesar las paredes, pero ellos nos atraviesan la conciencia. El hombre tiene un pie en el fango de la seducción y otro en el cepo de su poder adquisitivo.
Hoy día el bien se parece demasiado al mal. Engullimos catástrofes y crímenes: los
que nos sirven en la mesa de la realidad y los que buscamos en la butaca de la
evasión. Demasiados muertos por minuto.
Lo terrible se ha vuelto tan cotidiano que lo emulamos en
nuestros pocos metros de intimidad.
Crecemos económicamente sin límites en un planeta que sí los
tiene. Depredamos. Compramos lo que en el tercer mundo mata a los
que nunca tendrán nombre. Hacemos los deberes para vivir como esclavos y al
mismo tiempo tener la cara y las manos manchadas de sangre.
El bien común aparece en los teatros de la política como la
ornamentación que embellece la podredumbre: ¡Escuchad, cadáveres del voto, escuchad
la música! Los actores salen a escena y se regocijan en nuestra fascinación.
Nadie nos asiste: lo hemos perdido.
Navegamos por el espectáculo del caos, esa función tan divertida como
dolorosa.
Ricardo García Nieto.