El proceso
de individuación supone desmantelar la imagen que hemos heredado de nosotros
mismos. Esa imagen por la que tanto lucha nuestro yo. Despojarse de toda idea
del tipo “soy listo, soy tonto, tengo o no tengo voluntad, esto es lo correcto,
aquello no…” Saber que cuando juzgamos a los demás estamos juzgándonos, premiándonos
o castigándonos; reconciliarnos con nuestra sombra psicológica; quitarnos las
vestiduras, sean harapos, uniformes o trajes de gala, que nos han puesto con o
sin nuestro consentimiento; dejar de interpretar inconscientemente un papel;
aceptar que lo que deseamos tal vez no sea lo que necesitamos… Todo ello supone
un camino de vuelta, un tortuoso camino que hemos de hacer si no queremos volvernos
locos.
Para Carl
Gustav Jung, el proceso de individuación suponía la creación de un ser
indivisible, un Todo, un individuo nuevo, capaz de saberse y escucharse, de
percibir que su totalidad está conectada con la totalidad del Universo. Un ser
humano libre… Esto es muy peligroso para nuestros pastores políticos. ¿Qué hace
un pastor sin ovejas?
Saber que
nos mienten sin cesar (y que nos hemos mentido a nosotros mismos) es el primer
paso hacia la verdad. Y en esa verdad, que nos hace libres, en esa totalidad
indivisible que empezamos a escuchar, la voluntad de cooperar se vuelve
indispensable.
Quien
escribe una línea, comienza un libro colectivo; quien mueve un resorte hace que
la totalidad del reloj marque al menos un segundo. Aunque no quede tiempo.
Ricardo
García Nieto.