La sonrisa no se atreve. La mirada sí. Es como una hoz contra la
penumbra. Siega la tiniebla. Dice de sí y de quien la pintó. Todos miramos
desde la serenidad o la agonía. Desde la ansiedad o la inmutabilidad de la experiencia,
que, tarde o temprano, nos hará sentir fugitivos. Apenas unos rescoldos en la
claridad de los días.
La sonrisa no se atreve, la mirada lo da todo. Arranca de lo más hondo
el brillo de nuestra naturaleza. ¿Alguien podría disfrazarla?
Hoy me ha llegado una pintura, una obra de Basi Mateo. Hoy me ha
llegado la mirada que algún día tendré. Cuando sepa quién soy. Es como un faro,
una baliza, una lumbre en el ancho mar tenebroso del caos. Una luz que me dice:
recuerda, Ricardo, que algún día sabrás tanto como la poseedora de esa mirada.
Firme la frente, los pómulos amplios, nunca angulosos, el cabello como
límite de la realidad, la mentirosa realidad… Y el breve mentón. Catapultas del
rostro para el chorro segador de la mirada.
Pasamos por el mundo con el corazón perdido, con el alma ensordecida,
con la mirada ciega… El artista tiene la virtud de recordarnos nuestro
extravío. Nos lo puede decir con palabras, gestos, giros de bailarín, notas
musicales… O nos puede poner delante el retrato arquetípico de quien posee la
luz, la imagen de quienes fuimos alguna vez, la mirada que teníamos antes de
poner los pies en este mundo.
El artista conoce ese estado del alma, lo sabe sin saber, señala para
que veamos, para que seamos, para que recordemos cuántos gramos de eternidad
regalamos con cada parpadeo.
Miro la mirada que pintó Basi Mateo y sé algo más de la claridad, de
la verdad deslumbradora que me aquieta para hacerme saltar desde adentro.
Debo compartirla.
Ricardo García Nieto
Basi Mateo. Autorretrato.