Hoy
me he reencontrado, después de quince años, con uno de los pensadores
más sugerentes que he conocido. Se llama José Alfredo González Celdrán y
es una eminencia en enteogenia. El término deriva del griego: éntheos (ἔνθεος),
que significa "dios dentro", y génos (γένος), que refiere "origen,
nacimiento". En otras palabras: tener a dios (un dios) dentro y nacer
(renacer) por ello. José Alfredo ha rastreado, en un trabajo descomunal y
sin parangón, los estados alterados de conciencia (trances proféticos,
artísticos o místicos), que tienen su origen en la ingesta de plantas
sagradas. Disposiciones anímicas que han dado lugar al origen de los
mitos clásicos y que han influido en la génesis de muchas religiones.
Su
libro “Hombres, dioses y hongos” es una obra capital para cualquier
antropólogo que quiera entrever el origen de la cosmovisión occidental.
Una obra bien conocida internacionalmente y, en mi opinión, carente de
un merecido eco en España. Será porque en los países decadentes se
ignora a los mejores, salvo que seas, claro está, de los mejores
mediocres. Entonces, hasta pueden hacerte ministro.
Aquí,
a los pensadores brillantes se les manosea más que se les atiende. Pero
José Alfredo, que siempre supo de esta propensión española a la
mezquindad, ha sido más tenaz que las circunstancias. Su labor ha sido
heroica.
A
veces me pregunto si los mejores llevan adentro un fuego primordial.
(Éntheos. Dios dentro). Y si renacen por ello cada día a pesar de los
pesares. No hay mudanza para ellos. No hay máscaras. ¿Para qué? Siempre
estuvieron solos. Nuestra sociedad tiene un grave problema al dejar que
se quemen en la indiferencia. ¿A qué se debe? ¿A que sus obras son tan
brillantes que las pupilas políticas y financieras precisan de demasiado
tiempo para acostumbrarse a lo que escriben o hacen?
Hoy
me he reencontrado, después de quince años, con José Alfredo González
Celdrán. Y en él he visto la huella del tiempo que él también habrá
apreciado en mí. Hemos hablado de la vista fatigada sobre libros
fatigados. Y de la imaginación con sus pies ya no tan ligeros.
Lo
he visto y he creído. Puso su mirada en otra vida y, a costa de la
suya, ha abierto caminos que nadie intuía. Eso es lo que le hace
inmortal.