-¿Se encuentra bien, señor? –preguntó el segundo de a bordo.
-Ojalá todo fuera tan fácil como hacer su pregunta o responderla.
-Sabe que me tiene para lo que precise –aseveró el segundo.
-¡Qué fácil sería! –exclamó el capitán.
-¿El qué, señor?
-Resolver la vida de una forma limpia y rápida –abrió el guardapolvos de su reloj de bolsillo y miró una foto de mujer que había en su interior-… Ponerse en la trayectoria de una bala destinada a quien más ames, dejar que te atraviesen el corazón en un golpe de fortuna.
El timonel concluyó la maniobra, tres cuartos a estribor, y la tripulación subió y bajó por todos los palos largando trapo. Un viento suave fue hinchando las velas.
-Pero hay que persistir –continuó el capitán-. Aguantar.
-Necesita descanso, señor, permítame aconsejarle que...
-Guárdese sus consejos.
La secuencia siguiente puede ser intuida por cualquiera.
Pero nuestro personaje podría ser el paciente de un psiquiátrico, jugando con la maqueta de un bergantín; un estadista o cualquier hombre de rebaño soñando antes de levantarse, lavarse el cerebro y sonreír ante el espejo para creerse feliz.
Ricardo García Nieto