Doctor Divago es un grupo de rock cuyo lirismo es tan
rotundo como una demolición controlada, pero vista del revés, en la que el
edificio se eleva, piedra a piedra, desde los escombros. Muchas de sus
canciones contienen metáforas que son como explosiones, letras comparables a
las mejores de la música pop española de cualquier tiempo. La música de tal
derrumbe hacia el cielo puede frenar en seco, girar, saltar o simplemente
caminar en esa senda vertical de árboles, globos o cohetes. Ritmo de batería sin
límites, bajo más que profundo y guitarras de tormenta eléctrica crean el paisaje
en el que la voz o la armónica rasgan el aire o penetran en el sólido más fuerte.
Catalogados como “rock periférico” –el grupo es de Valencia-
se mantienen en su centro desde que comenzaron, hace más de 25 años. Ese
centramiento los hace tan distintos que algún día serán considerados clásicos:
hormas o siluetas a las que recurrir para habitar un espacio vacío de música.
En mi historia personal, me han sugerido tanto como un
soneto de Borges o una novela de Baroja (por decir alguno de mis referentes).
Yo no sería el mismo si nunca los hubiera escuchado. El arte, al fin y al cabo,
se caracteriza por dejar una impronta en nuestras almas, una impronta que nos
hace caminar de modo distinto y, sobre todo, hacia arriba.
Hay que tener cuidado con algunos temas de Doctor Divago:
nos disparan con tal inocencia y entran tan sigilosamente en nosotros, que no
somos conscientes de la herida que producen hasta mucho tiempo después, cuando
ya ha cicatrizado. Quienes descomponen la realidad en mundos posibles, líneas
de tiempo, reencarnaciones y vuelos a ambos lados de esa frontera entre la vida
y la muerte, quienes nos punzan con el florete de lo inasible, nos invitan a
una vida nueva. Celebro que sigan ahí como luminosos francotiradores en nuestro
mundo oscuro.
Ricardo García Nieto