domingo, 19 de julio de 2009

AHAB Y BARTLEBY


El monstruo siempre estuvo ahí. Y la pregunta es casi eterna: ¿cómo podemos acabar con él?
Herman Melville supo describir muy bien los dos estados del alma, dispuesta a esa lucha, en sus obras "Moby Dick" y "Bartleby, el escribiente".
En "Moby Dick", el capitán Ahab, hombre “con una crucifixión en el rostro”, persigue sin piedad a la blanca ballena que lo mutiló un día. Su sed de venganza encarna “la suma de toda la ira y todo el odio que la raza humana entera siente desde los tiempos de Adán”.
Por el contrario, el escribiente Bartleby no persigue nada. Llega un día a su oficina, se sienta ante su mesa y apenas habla o se mueve. Se limita a responder a cualquier orden con la frase “preferiría no hacerlo”. Su consecuente inacción rompe toda lógica. Es el arquetipo de la gran negación, la imagen de un rechazo en paz. En paz casi cadavérica.
Ahab y Bartleby son dos extremos que se tocan ante el mismo enemigo. Dos formas muy diferentes de enfrentarse al monstruo: la acción destructora y la repulsa pasiva.
Moby Dick, la ballena blanca, es el símbolo del Mal, la bestia, el dragón, la mátrix de los mercados, el compendio de todos los fantasmas y demonios, una criatura con una “maldad inteligente y sin ejemplo”.
Pero ¿no es acaso esa misma bestia la que amenaza al escribiente, docente, carpintero, médico o mendigo, la que enajena a cualquier ser humano sometido a la exigencia de consumir y a la labor mecánica de producir, a la alienación que priva al hombre de su carácter más humano?
El monstruo siempre estuvo ahí, llenándonos con su vacío, intentando convertirnos en muñecos votantes, consumistas, serviles y productivos.
Habrá que perseguirlo hasta matarlo o mirarlo a los ojos para decir “no”, para responder con un “preferiría no hacerlo” a sus cotidianos requerimientos.
Cada cual hallará su camino entre ambos polos.


Ricardo García Nieto