El cansancio es mi hermano más lento. Lo tengo que llevar sobre mi
hombro a todas partes. No quiere entender lo que digo y, a veces, me tapa la
boca con tan sólo un ademán de su mano. Sabe cómo racionar sus energías a mi
costa. No es tonto.
Hoy he tenido un resplandor en mi cerebro. No sé si llamarlo
ocurrencia, inspiración o simplemente ha sido una tormenta eléctrica de mis
neuronas. El caso es que lo he sentido con esa felicidad con la que un niño
encontraría un juguete perdido. Me he girado hacia mi cuaderno y, al coger mi
pluma, me he hundido por el peso de mi hermano.
-¡Ya está bien! -le he dicho-. Échate en la cama y déjame hacer mis cosas.
Me ha respondido que yo soy su cama. Que nadie como yo se adapta mejor a su naturaleza pesada y quejumbrosa.
¡Qué le vamos a hacer!
-¡Ya está bien! -le he dicho-. Échate en la cama y déjame hacer mis cosas.
Me ha respondido que yo soy su cama. Que nadie como yo se adapta mejor a su naturaleza pesada y quejumbrosa.
¡Qué le vamos a hacer!
Hoy tengo una tortuga gigante dentro de mí.