Negociamos con el ocio,
leemos, caminamos, pensamos, nos tomamos un café, nos quitamos un
zapato... Pero ¿dónde estamos? ¿Quién respira por nosotros? ¿El autómata
o el ser humano?
Corren
como posesos tras un balón. Gritan como posesos en las gradas del
estadio. Al día siguiente, discuten como posesos sobre las incidencias
del partido. ¿Quién es el poseedor?
El penalti no
pitado, la subida del gasoil, la última dieta, lo que dijo un fulano
sin escrúpulos en televisión y lo bien que estuvo la otra al replicarle
con sus prótesis en los pechos, en los gestos, en los privilegios. Y las
colas del hambre como serpientes devorándose a sí mismas.
Lo
grotesco arraiga; la injusticia crece; la miseria moral es frondosa. El
Amazonas de los periódicos quedará inexplorado por las sartenes o la
bisutería que regala. Quien se atreve a cruzarlo vuelve para contárselo a
su vecinos. Y todos debaten otra vez si fue o no penalti.
Lo
que vemos cada día debiera ser hundido por lo que imaginamos cada vez
que cerramos los ojos. Allí está nuestra patria verdadera. Puede que
algún día nos despertemos con un himno y resulte ser el nuestro, el de
la raza humana (no hay otras). Y puede que ese himno no suene más alto
que el susurro de tu esposa al oído o el ronroneo de tus hijos al
besarte. Tu patria habrá salido afuera.
Entretanto,
guarda tu fe y tu alegría: las alas que te han cortado -los muñones del
espíritu- han de hacerte proclive al más alto de los vuelos.
Yo, que ya he olvidado cómo se vuela, voy a echar raíces en mis libros más viejos para sentir al extraño que fui en mi niñez.
Ricardo García Nieto