Hay un juego que puede durar toda
la vida. Un juego al que nos han abocado desde niños y cuyo fin es que
persigamos algo continuamente.
Se trata de una meticulosa obra de ingeniería social que ha llegado al virtuosismo con las agencias de publicidad: buscarnos defectos para ofrecernos después unas supuestas soluciones. Se trata de crear necesidades y urgencias a partir del miedo y las carencias de amor. Se trata de contagiar una depresión para que el individuo se retribuya
psicológicamente con cualquier cosa a la que se vuelva adicto: a las compras,
a la embriaguez, a las apuestas, al culto al cuerpo… Se trata de turbar hasta
confundir el sosiego con la gratificación.
El objetivo
es que huyamos de nosotros mismos, que nos engañemos con lo que se nos impone.
Los pájaros
no cantan para gratificarse. Cantan porque son pájaros. En cada uno de sus
trinos hay más respeto por sí mismos que en el conjunto de todas nuestras
huidas.
¿En qué nos
están convirtiendo?
Cuando me
muera, me encontraré con un niño de siete años.
-¿Quién eres? -le preguntaré.
-Soy tú -me responderá-, soy tú cuando aún no habías perdido lo único importante.
-¿Quién eres? -le preguntaré.
-Soy tú -me responderá-, soy tú cuando aún no habías perdido lo único importante.
No hay nada que perseguir porque son las olas de nuestro corazón las
que nos persiguen. Ya es hora de que nos paremos y dejemos que nos alcancen.
Ricardo García Nieto