Hoy seré muy simple: para ser feliz no hay que pretenderlo. Felicidad
es una palabra que debiera ser borrada de cualquier léxico. Ser es ser feliz.
¿Cómo podemos saber que somos? Hay un termómetro que nos lo dice. Se llama
tiempo. Pasa y pesa cuando no somos. Se desvanece cuando nos trascendemos a
nosotros mismos. ¿Cuándo pasaron las horas sin que te enteraras por última vez?
¿Con quién estabas, qué hacías, qué contemplabas? Lo demás es mentira y
discordia.
¿De qué mota de polvo estelar surgió la ira? ¿De qué partícula divina
el sufrimiento? De ninguna. El universo no tiene en su naturaleza el
desconsuelo o la rabia. Son emociones generadas y ensayadas continuamente por
los seres humanos. Hemos creado personajes que se nutren de emociones
destructivas. Nos han enseñado a hacerlo porque es la manera sutil con la que
inflamar o atemorizar a las masas. El odio las mueve. El miedo las frena en
seco. Taquicardia y rechinar de dientes. Y un puñado de monedas con las que ir
tirando en un sistema que agoniza.
El universo no envidia, se expande. Los seres humanos también cuando
se permiten a sí mismos ser quienes son.
No hay objeto celeste que se sienta culpable por brillar, orbitar o
chocar con otro.
No hay brizna de hierba que se maldiga por entrar en el ojo de un gato.
Sólo los seres humanos son capaces de devorarse a sí mismos por
creerse responsables de un error, que, como la mayoría de los errores, es un
acierto.
Ricardo García Nieto