Si yo dijera que soy un
robot o una salamandra, quien me leyera pensaría que he perdido el juicio o que
he leído demasiadas novelas de ciencia ficción. Sobre lo segundo, estaría en lo
cierto. Sobre lo primero, no seré yo quien desvele dónde empieza o termina la
cordura de nadie y, mucho menos, la mía. No hemos de menospreciar a los
modernos Quijotes cuando ven sus molinos, pues el actual bracear de los
gigantes se mimetiza con el entorno y deja sus cardenales económicos y políticos.
Que vivimos en una España de
robots y salamandras, y que quien me lea está en proceso de serlo, si no lo es
ya, es para mí incuestionable. De ello dieron cuenta los relatos de
anticipación cuando se convirtieron en libros de Historia. Claro está, una
Historia narrada unas veces en lenguaje simbólico; otras veces, con descripciones
substanciosas.
Las novelas de ciencia
ficción tienen su carcasa como la nuez su cáscara. Abrirlas, amén del gesto
físico de separar sus pastas, precisa de una mirada ascensorista, capaz de bajar
varios niveles de lectura. Hoy quisiera ir al entresuelo de dos obras de Carel
Capek, que reflejan con mucha anterioridad el mundo que fatigosamente
respiramos: R.U.R. Robots Universales Rossem (1920) y La guerra de las salamandras
(1936).
R.U.R. (Rossumovi
univerzální roboti, 1920) es una
breve obra de teatro. Es célebre por tratarse del primer texto impreso en el
que aparece el término “robot”, neologismo inventado por Josef Capek, hermano
de Carel, a partir de la expresión checa “robota”, que significa “trabajo de
esclavos”. Robot es la palabra checa más conocida en el mundo. Hay que destacar
que estos primeros robots de la historia -literaria o no- eran idénticos a
nosotros: nada de hierros, tornillos y tuercas. Se fabricaban a partir de una
sustancia que imitaba la materia viva (protoplasma) por medio de la síntesis
química.
Detengámonos en este
pasaje:
DOMIN: […] ¿Qué tipo de trabajador cree usted que es el mejor desde un
punto de vista práctico?
ELENA: ¿El mejor? Quizá el más honrado y más trabajador.
DOMIN: No, el más barato. Aquel cuyas necesidades son mínimas. El joven
Rossum inventó un obrero que tiene un mínimo de exigencias. Lo tuvo que
simplificar. Rechazó todo aquello que no contribuía directamente al progreso
del trabajo. De esta forma rechazó todo aquello que hace al hombre más caro. En
realidad lo que hizo fue rechazar al hombre y hacer el robot. Mi querida
señorita Glory, los robots no son personas. Mecánicamente son más perfectos que
nosotros, tienen una inteligencia enormemente desarrollada, pero no tienen
alma. (1)
Como una pandemia, se ha
extendido por el mundo el virus de los recortes laborales. Para sobrevivir, ya
no como empresas, sino como países, hemos de ser competitivos. Y para serlo, se
han de diezmar salarios a la par que se aumentan las horas de trabajo del
empleado. El trabajador barato, no el honrado, es el que sobrevive. A Estados
Unidos y Europa ha llegado esta gripe que vienen padeciendo demasiado tiempo ya
los obreros del Tercer Mundo. Tanto allí como aquí, el motor es el miedo a la
hora de decidir: ¿qué prefieres un trabajo que roza la esclavitud o ninguno?
(2)
¿Exagero si digo que los
mercados financieros están convirtiéndonos en robots? (3) Creo que no. Es más,
yo diría que los están fabricando, con el mensaje y masaje de los medios de
comunicación, desde la cuna hasta la sepultura.
Siguiendo con el símil de
los robots, podríamos acordarnos de las leyes robóticas que estableció Isaac
Asimov, por primera vez, en su cuento Círculo Vicioso (Runaround, 1941). Asimov atribuye las
tres Leyes de la robótica a John W.
Campbell, que las habría redactado durante una conversación sostenida el 23 de
diciembre de 1940. Sin embargo, Campbell afirma que Asimov ya las tenía en su
pensamiento, y que simplemente les dieron, entre los dos, una expresión más
formal.
Sea como fuere, y teniendo
en cuenta que ya somos robots diseñados por los mercados financieros, las tres
leyes robóticas de Asimov podrían reescribirse así:
1)
Ningún
trabajador (robot o salamandra) causará daño a los mercados financieros o
permitirá, con su inacción, que los mercados financieros sufran daño;
2)
todo trabajador
(robot o salamandra) obedecerá las órdenes que le den los mercados financieros,
a menos que esas órdenes entren en conflicto con la primera ley;
3)
y todo
trabajador (robot o salamandra) podrá proteger su propia existencia, siempre
que esa protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
Quien me lea se preguntará a
cuento de qué viene tanta salamandra. Procedo a explicarlo.
Dieciséis años después del
éxito de R.U.R., Carel Capek publicó en Praga La guerra de las salamandras
(Válka s mloky, 1936). En una isla
del Pacífico se descubren unas salamandras gigantes e inteligentes, del tamaño
de un niño de diez años. En el agua nadaban, pero en el fondo caminaban sobre
las patas traseras como un ser humano. Tenían manos, como las personas, sin
garras, más parecidas a las manos de los niños, con una cola parecida a la de
los peces y sin aletas. Y con una cabezota redonda. Este descubrimiento
cambiará el mundo. Al igual que los robots de R.U.R., las salamandras
se convierten en mano de obra barata cuando se funda el “Sindicato de las
salamandras”, que no era otra cosa que un grupo financiero encargado de la
crianza y distribución de la esclava especie. Leamos este texto:
Hagan el
favor de tomar papel y lápiz. Seis millones. ¿Ya está? Multiplíquenlo por
cincuenta. Son trescientos millones, ¿no? Multiplíquenlo otra vez por
cincuenta. Eso es, quince mil millones, ¿no es cierto? Y ahora, por favor,
señores, tengan la amabilidad de decirme qué vamos a hacer de aquí a tres años
con quince mil millones de salamandras. ¿En qué las vamos a emplear? […] La
alimentación de las salamandras cuesta unos céntimos diariamente; si una pareja
de salamandras se vendiese, digamos a cien francos, y si la fuerza de trabajo
de una de ellas durase aunque fuese solamente un año, el dinero invertido se le
amortizaría fácilmente al comprador. […]
El Consejo
de Administración propone que sea creado un nuevo trust vertical, bajo el
título de “Sindicato de las Salamandras”. Serían miembros del Sindicato de las
salamandras, además de los componentes de nuestra Sociedad, determinadas
grandes empresas y fuertes grupos financieros. […]
Entramos
realmente en la Utopía. ¡Ya estamos en ella, amigos! Debemos solucionar el
futuro de las salamandras, solamente, en su aspecto técnico. (4)
Muy bien. Hasta aquí el
texto de Carel Capek, en el que se describe la reunión del consejo de
administración de una sociedad. Podría ser el de cualquier compañía energética,
calculando la subida del recibo de la luz o del gas. O la de cualquier Banco
Central meditando el porcentaje de los tipos de interés. ¿Un consejo de
ministros, quizá? No sé, sinceramente no creo que tenga tanto poder…
Lo significativo es la
ausencia de escrúpulos a la hora de gestionar la vida de una especie, dócil e
inteligente, cuyo aspecto es el de un niño de diez años.
Las
salamandras, al igual que los robots, pueden servirnos, en general, como
metáforas del hombre actual, y de españoles, portugueses y griegos, en
particular. Seres a los que se mira desde lo alto de la pirámide económica como
mano de obra de ocasión, prácticamente a saldo, sujeta a pocos derechos y de la
que se espera el máximo rendimiento.
El
crecimiento económico, a costa de lo que sea, como nueva Tierra Prometida; la
mentira política como único horizonte de sucesos; y el urgente consumismo como
actividad única a la que se ve abocado el ser humano, va dejando tras de sí
largos regueros de sangre desde el tercer mundo al primero. Los podemos
apreciar en las marcas que deja nuestro carrito de la compra en los grandes
almacenes.
En
la obra de Capek, Robots y Salamandras inician una guerra por su liberación y
dominio. Y los resultados son catastróficos para la Humanidad, que en ambos
casos pierde.
Los
robots acaban con todos los seres humanos del planeta, a excepción de uno: el
Jefe de Talleres Alquist,
precisamente el único hombre que empleaba aún sus manos para trabajar. Y,
precisamente, el único operario de la fábrica que estaba en contra de la
fabricación de robots:
ALQUIST: Ha sido un crimen fabricar robots.
DOMIN: ¿Qué?
ALQUIST: Que ha sido un crimen fabricar robots.
DOMIN: No, Alquist. No me arrepiento de eso ni siquiera
hoy.
ALQUIST: ¿Ni siquiera hoy?
DOMIN: Ni siquiera hoy, el último día de la civilización.
Fue una gran aventura. (5)
Y, precisamente, el único
hombre al que los robots perdonan la vida:
(Entran
más robots por la izquierda)
RADIUS: ¿Habéis acabado con ellos?
OTRO ROBOT: Sí.
DOS ROBOTS (Arrastrando a Alquist): No ha disparado. ¿Le
matamos?
RADIUS: Matadle (mirando a Alquist). No, dejadle.
ROBOT: Es un hombre.
RADIUS: Es un robot. Trabaja con sus manos como los robots.
Construye casas. Puede
trabajar.
ALQUIST: Matadme.
RADIUS: Tú trabajarás. Construirás. Los robots van a
construir mucho. Van a hacer casas
nuevas
para robots nuevos. Tú les servirás.(6)
Y las salamandras inician su
guerra contra el hombre por pura necesidad, buscando ese espacio vital que
tanto nos recuerda las justificaciones de Hitler para invadir Europa.
«¡Haló,
hombres! Conservad la calma. No tenemos propósitos hostiles contra vosotros.
Pero necesitamos más agua, más bancos de arena. Somos demasiadas. Vuestras
costas ya no nos bastan. Por eso tenemos que destruir vuestros continentes.
Haremos de ellos bahías e islas. Así podremos multiplicar por cinco la longitud
de las costas del mundo. Vamos a construir nuevos bancos de arena. No podemos
vivir en las profundidades de los mares. Vamos a necesitar vuestros continentes
como material para rellenar el fondo de los mares. No nos guía el interés de
perjudicaros, pero somos demasiadas. Por ahora os aconsejamos que os trasladéis
a las ciudades del interior. Podéis vivir en las montañas, porque es lo último
que derrumbaremos».
«Vosotros
nos habéis buscado, nos habéis repartido por todo el mundo. ¡Pues ya nos
tenéis! Queremos vivir en buenas relaciones con vosotros. Nos proporcionaréis
acero para construir nuestros taladros, picos y palas. Nos suministraréis
torpedos. ¡Trabajaréis para nosotros! Sin vuestra ayuda no podríamos acabar con
los viejos continentes. ¡Haló, hombres! Chief Salamander, en nombre de todas
las salamandras del mundo, os ofrece la colaboración. Trabajaréis con nosotros
en la destrucción de vuestro mundo. Muchas gracias.» (7)
La propensión del hombre a
crear alguien a su imagen y semejanza ha sido reflejada desde siempre en los
mitos y la literatura. En muchas ocasiones, esa emulación de Dios es falsa.
Capek sabía que no buscábamos Pinochos en ese futuro posible donde crearíamos o
domesticaríamos una especie. Nuestra inclinación natural tal vez propenda a la
creación de un esclavo. O en todo caso, alguien sin otro fin que someterse a
nuestros intereses de la misma manera que nosotros nos sometemos a los intereses
de los mercados. Ese equívoco, en la obra de Capek, conllevaba la perdición de
la raza humana. Una metáfora más de lo perdidos que estamos ya. Perdición no
física, sino espiritual y racional.
Un último apunte. En el
libro X de La metamorfosis, de Ovidio, podemos entrever el primer robot o
salamandra y su razón de ser.
Pigmalión, rey de Chipre, no
encontraba la mujer perfecta con la que casarse. Y desistió. Dedicándose a
esculpir preciosas féminas con las que combatir su soledad. Y de una de esas estatuas,
llamada Galatea, se enamoró.
esculpió un marfil, y una forma le dio con la que ninguna mujer
nacer puede, y de su obra concibió él amor. (versos 248-249)
Los labios le besa, y que se le devuelve cree y le habla y la sostiene
y está persuadido de que sus dedos se asientan en esos miembros por
ellos tocados (versos 256-257)
Y le pide a los dioses que conviertan a la mujer
de marfil en su esposa de carne y hueso. Y sus deseos se cumplen.
y echándose en su diván le besó los labios: que estaba templada le
pareció;
le allega la boca de nuevo, con sus manos también los pechos le toca.
Tocado se ablanda el marfil y depuesto su rigor (versos 281-283)
[…]
un cuerpo era: laten tentadas con el pulgar las venas. (verso 289)
[…]
ella a Pafos dio a luz, de la cual tiene su isla el nombre. (verso
297)
Para Pigmalión, lo dado por
naturaleza no es suficiente. Sus exigencias cruzan la frontera del narcisismo
al sólo amar una estatua por él creada. Nada más que ésta le vale. Tenía que
ser así y así, y no de otra manera, la mujer que a él se someta y le dé hijos.
Los reyes del siglo XXI, la
nueva sangre azul de los mercados financieros, también tienen sus Galateas. Nos
referimos a los modelos prefabricados por la industria del espectáculo y la
pasarela. Miles de millones de dólares invertidos en “formas de ser” modernas…
Formas (no más) que nos dicen cómo hemos de vivir, estar, qué consumir y
esperar. Robots y salamandras de nivel superior, en cualquier caso, que
“educan” a las que abarrotamos los niveles inferiores.
¿Qué podemos hacer? Tomar conciencia.
Somos huellas que se encuentran
antes de que se dé el paso. Retumbamos antes de que la puerta se cierre con
violencia y nuestra piel se eriza antes de la caricia. El tiempo nos engaña.
Porque vamos por delante de él. Tal vez somos empujados por la sabiduría de un
corazón que aprendió a pensar mejor que el cerebro.
En los tiempos que corren, es
necesario que confiemos en ese saber que no presume de serlo.
Algo nos dice que el momento ha
llegado. Y lo hace serenamente.
Latimos más allá de la
moneda o la máquina. Respiramos más allá de lo que no nos exime de su
cumplimiento. Justo donde nuestras huellas se encuentran.
Ricardo García Nieto.
(1) Hermanos Capek, R.U.R. Robots Universales Rossum,
Alianza Editorial S.A., 1966, pg. 8.
(2) Según los datos que la OIT publica en su Informe global de salarios de 2012/2013,
las nóminas en España están ya por los suelos. Tan sólo once países tienen la
mano de obra más barata que España: Filipinas, Hungría, Polonia, Brasil,
Eslovaquia, Estonia, la República Checa, Portugal, Argentina, Singapur y
Grecia. Pareciera que quisiéramos ponernos a la cabeza. Si el mejor obrero
es el más barato. Ya estamos entre los mejores.
(3) Cuando se habla en los
medios de comunicación de las exigencias de «los mercados», en realidad no se
hace referencia a los mercados en general, sino a un tipo muy particular de mercados
que presentan hoy día una enorme importancia: los mercados financieros.
Como resultado de la aplicación
de las políticas neoliberales durante las décadas de 1980, 1990 y 2000
—particularmente la liberalización y des-reglamentación del sector financiero,
así como los procesos de privatización y apertura externa de las economías—,
los mercados financieros han experimentado un trepidante desarrollo y una
fuerte internacionalización.
A mediados de la década de 2000
el volumen de divisas negociadas en un solo día era sesenta veces superior a la
cifra de importaciones mundiales diarias, y ochocientas veces superior al
volumen de inversiones extranjeras directas que se efectúan en un día.
¿Quiénes son los mercados
financieros? Son unos pocos los inversores que concentran la mayoría de los
activos, de las transacciones y, en definitiva, del poder. Estos son
fundamentalmente los grandes bancos (bancos comerciales y bancos de inversión),
los inversores institucionales y las agencias de calificación (3.1).
Los grandes bancos comerciales,
tanto americanos (Citigroup, JP Morgan Chase, Bank of America) como europeos
(Barclays, UBS, HSBC, Deutsche Bank, BNP Paribas, Santander, BBVA), son quienes
otorgan la mayoría de los préstamos utilizados para adquirir títulos financieros.
Los inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones,
compañías de seguro y hedge funds) se sitúan también en el núcleo duro de los
inversores financieros. El mayor fondo de inversión del mundo es la compañía
BlackRock.
NACHO
ÁLVAREZ PERALTA ¿Quiénes
son «los mercados»?, Icaria Editorial S.A., 2011, págs. 15-21
(3.1) Las agencias de calificación o rating son empresas que, por cuenta de un cliente, califican
productos financieros o activos ya sean de empresas, estados o gobiernos
regionales (estados federados, comunidades autónomas). Wikipedia.org: “Agencias
de calificación de riesgos”.
(4) Karel Capek, La guerra de las salamandras, Ediciones
Hiperión S.L., 1ª reimpresión, 1996, págs. 120-125
(5) Hermanos
Capek, R.U.R. Robots Universales Rossum, Alianza Editorial S.A., 1966, pg.
32-33.
(6) Hermanos Capek, R.U.R. Robots Universales Rossum,
Alianza Editorial S.A., 1966, pg. 42-43.
(7) Karel
Capek, La guerra de las salamandras, Ediciones Hiperión S.L., 1ª reimpresión,
1996, págs. 260-261