Durante el juicio a Galileo, el Cardenal Bellarmino
advirtió: afirmar que la Tierra da vueltas alrededor del Sol es tan falso como
decir que Jesús no nació de una virgen.
Este modo de reflexión ha llegado hasta nuestros días en
política. Hoy, desde la nueva
teología del dinero, Bellarmino diría: afirmar que el estado del bienestar es
sostenible es tan falso como decir que las naciones pueden recuperar su
autonomía financiera.
Se trata de argumentos basados en la creencia, no en la
razón: “es lo que hay; no puede ser de otra manera”. Se nos dice que se nos ha
salvado y se nos conduce a una nueva y necesaria calamidad. Y tal creencia ha arraigado
tanto en nuestro interior que vemos cotidianamente el abuso, la injusticia o el
robo y nos parece lo más normal del mundo.
No voy a enumerar aquí ni la cantidad ni magnitud de los
desastres provocados por nuestros pastores políticos. Lo que me interesa es la
acomodación de la masa al castigo. Se nos ha adiestrado para vivir como si nada
hubiera pasado. Los individuos se han convertido en espejos: se miran y se
reflejan desde el sometimiento a la frivolidad de unos pocos.
-Uy, pero si tú estás peor que yo.
-¡Que le vamos a hacer! Es lo que hay –se dicen-; no puede
ser de otra manera.
Y vuelven a sus afanes lo mismo que la rana a su charca o
los gatos a sus ratones.
Asentada en la creencia, la gente se acostumbra a vivir de
milagro y termina discutiendo sobre los servicios mínimos de ángeles, santos o
espíritus benefactores. Los políticos lo saben muy bien y tienden a aparecerse
como vírgenes en un descampado para ofrecernos alguna golosina electoral. Y la
tomamos.
El siglo XXI está vaciando de valores y razones a los seres humanos.
¿Resistirá en nosotros la sed de justicia?
Me parece que somos demasiado listos para ser inteligentes.
Ricardo García Nieto.