El olvido es un enterrador al servicio de la necesidad. Ella
le señala los cadáveres que han de sepultarse: afrentas, amores, fracasos,
odios… Todos en el cementerio de nuestra conciencia bajo una lápida sin nombre.
Pareciera que el olvido nunca está de vacaciones para que no
se nos quiebre definitivamente el espíritu.
Sin embargo, este gran enterrador de la historia personal
suele fracasar en las fosas de la vida social, del organismo colectivo. Lo que
parece enterrado sale a la superficie el día menos pensado. Un pueblo puede
soportarlo todo; pero tarde o temprano exigirá justicia. De ahí que las
transiciones de un régimen político a otro sean como paréntesis tras los que se
purga la deshumanización por vía judicial o revolucionaria. Quienes se creen
impunes no consiguen que el olvido haga su trabajo, simplemente distraen a la
masa. Fueron tan estúpidos que se comieron el poder otorgado y vivieron en una
satisfacción que aparentemente parecía perpetua.
En un plano más elevado, Borges escribió:
“Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios que salva el metal salva la escoria
y cifra en su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.”
Dios que salva el metal salva la escoria
y cifra en su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.”
Puede que nuestra parte divina sea capaz de
recordarlo todo tras la muerte. ¡Quién sabe! Quizá, como en una película, venga
a nuestra memoria cada detalle de nuestras vidas y salgan de nuestros sepulcros
personales los traumas escondidos y comprendamos el porqué de aquellos
complejos, depresiones, adicciones o frenesíes. Vaya, vaya… Fue por aquello… ¿Ha
de ser así nuestro juicio final, el infierno o paraíso que nos merecemos?
No lo sabremos hasta que llegue esa hora.
Mientras tanto, los corruptos desfilan en los
medios de comunicación. El olvido les puso una zancadilla. Son como hormigas en
busca de su propia salvación.
Ricardo García Nieto.