Cuando Poncio
Pilatos se quedó a solas con Jesús, se acercó al balcón y dijo:
-Quieren
tu muerte. Y la quieren ya.
La
multitud comenzaba a agolparse frente a la fachada del palacio.
-Y no lo
voy a poder evitar –prosiguió- a no ser que me dejes ayudarte, profeta.
-No está
en tu mano –respondió-. Ni siquiera en las mías.
-¿De quién
depende, entonces, tu vida? –gritó-. ¿Es que no lo entiendes? Ni Herodes ni
Caifás van a ayudarte. Esas serpientes quieren deshacerte de ti. Y me han
tendido una trampa para que sea yo el brazo que te ejecute.
-Haz lo
que tengas que hacer.
Pilatos se
asomó al balcón y la multitud calló, sorprendida, como si acabase de ver a un
monstruo. Volvió al salón y caminó de un lado a otro, acariciándose el pómulo
con la yema de un dedo.
-No tengo
nada contra ti, profeta, tus manos están limpias de sangre, no has vulnerado
ninguna ley romana; sólo eres un miserable y altivo loco –volvió a acariciarse
el pómulo-… Es más, tus prédicas absurdas sobre amar al enemigo me hubieran
sido útiles en este desierto de hienas rebeldes. Y aún podrían serlo… Sal ahí
–señaló el balcón- y retráctate, vociférale a la chusma que no eres el rey de
los judíos, sino el de la paz, el amor, qué sé yo, suéltales una de esas frases
enigmáticas tuyas que nadie entiende, y diles que te vas de Galilea –se movía
con ansiedad, haciendo círculos alrededor del reo, como si describiera una
órbita sobre un planeta-. Estoy dispuesto a sacarte de aquí, a darte mi plata para
que empieces en otro lugar, a que te escolten mis soldados, a lo que sea con
tal de no doblar mi rodilla ante Caifás… Dame tiempo para que mueva mis hilos… Y
vuelve dentro de unos meses con tu doctrina sobre poner la otra mejilla, con tu
ejército de enfermos, putas y tullidos. Salvarás tu vida y apaciguaré Judea.
-No soy un
político –replicó.
-¡Lo eres,
iluso! –gritó el prefecto-. Lo es tu dios único y tus harapos; lo son mis
dioses y mis estandartes. ¡Yo lo soy! ¿Quién te crees que sube los impuestos,
quién el que somete a los pueblos, quién el que usa la espada y arroja cuerpos
a las mazmorras, quién el que te hace creer que el mundo es así o de otra
manera, el que te lleva y te trae, el que decide que las cosas son como son?
Tienes que elegir: o sales a este balcón y sigues haciendo política con tu vida
o te crucifico y otros serán los que hagan política con tu muerte.
-¿Ves el
futuro? ¿Quién es más profeta de los dos?
-Veo las
leyes de la naturaleza de los hombres. Veo la oportunidad y el poder. Veo lo
necesario. Así somos los romanos. Así es el Imperio.
-Desventurados
los que no ambicionáis la verdad que está más allá de la política.
-No me
vengas con más estupideces. ¿Sales o no?
-Soy más
libre que tú. Soy el que se escucha. Los políticos sois esclavos de vuestro
poder.
-Al
contrario, cadáver, somos libres porque decidimos por vosotros.
-Un niño
embebido en sus juegos –replicó Jesús- es más fuerte que un imperio.
-Te va a
doler, predicador, mucho más de lo que imaginas. Y créeme que lo siento.
El
prefecto de Judea llamó a Longinos, su tribuno, se echó en su triclinio a beber
de una copa, y los acontecimientos se precipitaron lo mismo que el vino en su
garganta.
Ricardo
García Nieto