Los hombres que
se redimen con una postrera acción son como los libros que se salvan por una
frase. Cualquiera puede revolver en la oscuridad y rescatar la inocencia
perdida, que siempre es heroica. Cualquiera puede tumbar dragones.
En este
autorretrato, que Joshua Reynolds pintó con veintipocos años, permanece la
ingenuidad y su atrevimiento, un refinado atisbo de la verdad cuya búsqueda
llena de sentido nuestras vidas.
Hay un Juicio
Final en el recuerdo de nuestra historia personal. Y un reconocimiento de lo
que vinimos a hacer a este mundo. Es el momento de la melancolía, de la mirada
que se pierde para alumbrar nuestro interior. Volvemos, sin saberlo, a la audaz
pureza de nuestra infancia. Y nos convertimos en hijos pródigos, en ríos que
regresan a su fuente inagotable.