En
aquellos días, hacía mucho calor, los delfines agonizaban, varados en las
playas, y los pájaros caían muertos del cielo. Saturno y Júpiter habían variado
su eje, y las tormentas solares se sucedían con una frecuencia hasta entonces
desconocida, haciendo que los seres humanos se sintieran demasiado cansados,
medrosos y proclives a bruscos cambios de humor. Había quienes sospechaban que
este estado de cosas se debía a un planeta errante, que había invadido nuestro
sistema solar. El intruso debía ser muy grande, con masa suficiente como para
romper el equilibrio electromagnético de nuestro vecindario celeste.
Por aquel
tiempo, los físicos más importantes del mundo buscaban una última partícula, la
pieza que faltaba para completar el modelo físico con el que nos explicamos el
universo: el bosón político. Su existencia era teórica. Nunca había sido
observada. Pero tenía que estar allí, como un fantasma que lo llena todo.
Para cazar
a este fantasma se construyó un artefacto: un gran colisionador en el que dos argumentos se estrellarían el uno contra
el otro a la velocidad de la luz. Debía de ser como un choque de trenes subatómico,
de trenes llenos de esperanza y de incertidumbre: la esperanza de obtener la
partícula portadora del poder político y la
incertidumbre de que apareciera un inesperado invitado, quién sabe, tal vez un
agujero negro.
Había un
intruso cambiando el electromagnetismo de todos los planetas. Sí que lo había.
Pero no era tan grande como se suponía: éramos nosotros, buscando lo más ínfimo
del mundo.
ADVERTENCIA:
el breve relato que acaba usted de leer es sencilla fabulación.
Lo acabo
de escribir a la hora en que los políticos se levantan cada mañana preguntándose
cómo mentirán durante el resto del día.
Lo
reconozco: toda ficción también es mentira. Aunque tenga más pretensiones de señalar
una verdad que cualquier juramento. Quítele los detalles: cambie el bosón por
un unicornio, el calor por el frío o la ciencia por la religión. Lo que quede
al final contendrá un mensaje. Lo mismo que la botella lanzada por el náufrago.
A veces me
pregunto si todos los náufragos escriben el mismo mensaje.
Ricardo
García Nieto