Cuando un gobernante ha pasado toda su vida laboral en la política,
pierde el sentido de la realidad y va moldeando su partido a su imagen y
semejanza, en un afán demencial por parecerse a Dios. El político es aclamado
una y otra vez, muestra preocupantes síntomas de lo que Erich Fromm denominaba
“patología narcisista de grupo”. Pierde su objetividad y racionalidad, y se
vuelca contra un enemigo imaginario, que podrían ser los perro-flautas,
mineros, funcionarios o parados de ahora lo mismo que lo fueron los negros en
Estados Unidos o los judíos en la Alemania de Hitler.
En los días que vivimos, hacerle entrar en razón es tan inútil como
darle bofetadas al mar.
Ricardo García Nieto