Somos como buzos. La pesada escafandra de nuestros cuerpos nos hace ir
muy lentos. Nuestros muertos ya van a la velocidad de la luz. Son la misma luz.
En nuestra ignorancia, creemos que nuestros plomos, los que nos llevan
al fondo del océano, son un privilegio. Torpemente, nos giramos a uno y otro
lado para ver unas rocas, unos racimos de algas o unos peces que nos miran con
curiosidad. Y caminamos sobre los restos de cualquier naufragio como si nos
pertenecieran. La respiración se agita. Recogemos unas copas de bronce, algunas
monedas de oro, un oxidado reloj que se paró en la desgracia ajena… Se nos
olvida que algún día volveremos a la superficie.
Los cementerios son como pequeños mares. Cada lápida es una balsa;
cada panteón, un robusto navío. La corriente oceánica los lleva a todos al
mismo sitio.
Aprendo de mis mayores. Sólo intento atar cabos en la claridad. Muchos
se sueltan. Alguien me recuerda cómo se hace debidamente un nudo. Me queda
mucho que aprender. Hay que ser muy náufrago para navegar a la velocidad de la luz.
Ricardo García Nieto