Quieren que parezca
un privilegio convertirse en máquina engrasada con un salario. En
autómata que no tiene tiempo para sus seres queridos. En individuo
hipnotizado, incapaz de llevar a cabo su proyecto de vida. En consumidor
inconsciente, que pierde sus días en asuntos inútiles, trabajando para el poder y el dinero de unos pocos.
Si este sujeto privilegiado echa un vistazo a su alrededor sólo verá muertos vivientes. Como él.
Y representantes de
la administración (pública o privada) obligándole a seguir siguiendo
como competitivo burro alrededor de una noria.
Los amos siempre tuvieron perros guardianes dispuestos al ladrido o mordisco oportuno.
Antes de la “Guerra
de Secesión Americana”, los capataces de las compañías algodoneras o
mineras ladraban con altanería: somos estupendos haciendo rentables a
nuestros esclavos
Durante el mandato
de Hitler, los representantes de la administración nacionalsocialista
ladraban con una impostura casi sagrada: cumplimos con nuestro deber
estableciendo el Reich de los 1000 años.
En el “Gueto de
Varsovia”, los judíos temían a la policía judía "Judendienstordnung" más
que a los soldados alemanes. Fue la manifestación más abominable del
perro guardián al servicio de su amo.
Hoy día, en
nuestros países equívocamente democráticos, estos en los que el poder
está secuestrado por los partidos políticos, siguen ladrando los perros
guardianes de siempre, perros de ladrido más políticamente correcto,
perros bobos de etiqueta, si se quiere, pero dispuestos a torcer el
destino del ser humano que se niega a ser máquina, que tiene un proyecto
de vida y que precisa tiempo para sus seres queridos.
Al final de sus
días, el privilegiado hombre-máquina habrá de enfrentarse a su epitafio:
¿Qué pondré en él? ¿Que fui rentable? ¿Qué lo sacrifiqué todo por mi
trabajo? ¿Qué me narcotizaron para hacer cosas nada estimables?
¿Protesté? ¿Tomé conciencia y ayudé a que otros la tomaran? ¿Viví,
sobreviví o hice como que vivía?
En los tiempos que
corren, se hace imprescindible mirar sin miedo a los amos y a sus
perros. Preguntarnos cuántos años nos quedan de vida. Y decidir.
La gran revolución que habrá de cambiar el mundo se iniciará desde el interior de cada ser humano. O no se iniciará.
Ricardo García Nieto