En Conejolandia había cinco conejos: tres idiotas, un político y un
banquero.
Cada día, los tres idiotas recogían cuantas zanahorias encontraban a
su paso.
A la hora de la cena, el banquero devoraba la mitad de las zanahorias,
siempre con semblante grave, como si al mirar al resto los amenazara con una
escopeta.
El político se comía la otra mitad con su mejor sonrisa. Afable y
seductor, advertía a los tres idiotas de la necesidad de ser más competitivos
entre sí, de mejorar el número de unidades recolectadas si querían mantener su
estado de bienestar.
Los tres idiotas, muertos de miedo, participaban del festín
mordisqueando las sobras que dejaban los otros dos, a los que agradecían el
estar empleados indefinidamente.
Lo mismo que en Conejolandia, sucede en el mundo: el dinero ficticio
que emana de los bancos hace que miles de millones de seres humanos se dejen
algo más que sus esfuerzos, coches o casas para conseguirlo. Renuncian a su
libertad y su tiempo, que es el único capital que tienen en sus vidas. Y a su
dignidad, al convertirse en esclavos complacidos. Manoseados por la televisión,
los parlamentos y las sucursales de la usura.
La complacencia de estos esclavos llega al virtuosismo en España,
donde se vota y sostiene con fervor mariano a la casta política y financiera.
Donde se cree que un cataclismo bíblico habrá de sobrevenir si la dejamos al
margen.
Y es que España lleva en el nombre su maldición: Hispania proviene del término fenicio Hiš-pʰanim, que puede traducirse
por “Tierra de conejos”.
Ricardo García Nieto