Me
moriré a mi hora, sin querer parecerme a nadie ya, sin tener que
rendirme a nadie ya, sin someter a nadie ya. Me moriré a mi hora y
dejaré cosas pendientes, lo sé. Nunca
fui libre en este país que presumía de libre. Nunca conocí la
democracia en este país que la tenía por bandera. He vivido en un
teatro, condenado a ver siempre la misma función. Me inculcaron valores
que desaparecieron. Me instruyeron en cosas que dejaron de ser útiles.
Bebí de una cultura que borraron. Me moriré a mi hora sin que nadie me
haya enseñado a hacerlo;
en esto he sido un autodidacta. Cientos de viandantes pasan tras mi
ventana con semblante sombrío: angustiados, tristes, presos de la
deshumanización que la plutocracia impone. ¿Para qué habrán servido sus
vidas? ¿Para enriquecer a unos pocos? Me moriré a mi hora mirándome en
esos espejos de carne y hueso. Un hombre grita a su mujer. Un listillo
impone su absurda voluntad a alguien que no tiene fuerzas para
rechazarla. Un político se salta la ley y nadie responde. Todo
es lo mismo. Y no hay energía para cambiarlo. Me moriré a mi hora y
llegaré tarde. Esta tragedia dura ya demasiado. Cansa. Aburre. Dormiré
esta noche con la esperanza de que mañana suceda algo esperanzador, algo
que nos ponga en el camino. ¡Quién sabe! Lo mismo estamos a tiempo.
Ricardo García Nieto