Quienes aspiran a recordar lo que merecen, tal vez debieran
tener en cuenta lo que eligieron. Y no sólo antes de nacer, sino a cada
instante.
Entendiendo bien el texto, no se niega la libertad del
individuo. El determinismo se limitaría a un género de vida, un escenario en el
que movernos, y no a cada acontecimiento que padecemos, pues como en el mismo libro
se señala: “convencidos de que nuestra alma es inmortal y de que por su
naturaleza es capaz de todos los bienes como de todos los males, seguiremos
siempre por el camino que lleva a lo alto”. Y ese camino no es otro que el de
hacer lo justo y lo bueno. Tengo el convencimiento de que al equivocarnos, al
salirnos de ese camino, nos viene el sufrimiento, que no es otra cosa que una
manera de aprender. Quizá la única manera.
Aunque vivamos en el país del caiga quien caiga, lo que
merecemos no es aprovechar la oportunidad a cualquier precio, no es arrancarse
los escrúpulos del corazón y generar dolor, romper familias, empujar a la
miseria a cuantos se interpongan en nuestra ambición personal… Yo, que me he
equivocado tantas veces, creo que lo mejor que nos merecemos es actuar con
honradez.
En este mismo diálogo platónico, podemos leer: “Laquesis dio
a cada alma un genio (daímon) para que le sirviese de guardián en su vida
mortal y le ayudase a cumplir su destino”. Este daímon pasó a la tradición
cristiana como “ángel de la guarda”.
Puede que el problema de nuestro tiempo sea que hablamos
demasiado con los fantasmas de nuestra imaginación en vez de hacerlo con el ángel
que debería acompañarnos. Puede que nos creamos en posesión de la verdad cuando
sólo tenemos expectativas egoístas. Da igual. Al final, nos veremos abocados a
nuestro destino por mucho que nos duela. Desde antes de nacer o en cualquier
momento de nuestra existencia.
Recordamos lo que hemos olvidado cuando es preciso, de la
misma manera que la ballena sube a la superficie del mar para respirar.
Tomamos aire para renacer y encontrarnos con nuestra sagrada forma de estar vivos.
Todos los días resucitamos.
Tomamos aire para renacer y encontrarnos con nuestra sagrada forma de estar vivos.
Todos los días resucitamos.
Ricardo García Nieto