“¡Qué insensatez! ¿Por
qué voy a sentirme culpable de de los suicidados, parados y desahuciados por
la crisis económica? Cada hombre es una célula del organismo del Estado. Y hay
células que tienen que morir. Si este despacho ardiera y tuviéramos que salir
corriendo, ¿qué ocurriría con nuestros cuerpos? Nuestras glándulas
suprarrenales llenarían de adrenalina la sangre y nuestros músculos se contraerían
más intensa y rápidamente: morirían millones de células, morirían millones de mínimas
vidas. Serían el precio a pagar por no terminar asfixiados por el humo o
quemados por el fuego. Todo estaría dentro de un orden natural. ¿Sentiríamos
remordimientos de conciencia por las células muertas en nuestro intento por
sobrevivir? ¿Seríamos culpables de un exterminio celular?”
Escribí este texto
hace doce años, intentando mostrar la psicopatía del pensamiento nazi. Sólo le
he cambiado las dos primeras líneas. Y me asombra lo verosímil que resultaría
en la mente de quienes hoy sumen en la pobreza a su pueblo para salvar las cifras
macroeconómicas.
Cuando la economía –suelo
insistir en ello- se convierte en teología, se impone una forma de pensar y de vivir
desde antes de que se nace hasta después de que se muere. Como en cualquier
religión.
Ricardo García Nieto.