Cada
persona está clavada sobre dos maderos: una sombra inconsciente (lo que
detesta de sí mismo) y un yo idealizado y consciente (lo que aspira a
ser). De esta crucifixión sólo se sale resucitando psicológicamente. Y a
lo peor, una vida no es tiempo suficiente para hacerlo.
Como
sociedad nos sucede lo mismo. La sombra –lo peor- se ha
institucionalizado en los partidos políticos mayoritarios. Y nuestro
ideal colectivo camina peligrosamente a la sórdida meta de ser cada vez
más competitivos.
A una sociedad así sólo le queda resucitar.
Los
partidos políticos mayoritarios tienden al totalitarismo lo mismo que
los bueyes a la inexpresividad: a un despotismo interno como grupo y al
señalamiento externo de quienes han de ser adiestrados por no
conformarlo o de quienes han de ser inmovilizados por no dejarse
adiestrar.
Estos
partidos sustituyen las grandes ideas por maneras de gestionar los
caudales públicos y se convierten en maquinarias insensibles al dolor
ajeno. Esta insensibilidad se ve compensada por una mafiosa protección a
los adeptos a sus siglas. Es imposible que sean adeptos a algo más: no
lo hay.
Desde
esa naturaleza, la monstruosa formación de militantes y líderes se
esfuerza en advertir lo necesaria que es. Proyecta sobre el resto del
género humano su ser imprescindible, que no es otra cosa que su miedo a
desaparecer. Hace unos días un político declaraba que si su partido
perdía las elecciones habría terribles consecuencias económicas.
¿Intimidación, amenaza o terror a perder el poder?
Una
sociedad regida en alternancia por dos partidos políticos es idéntica a
la regida por un partido único: padece la misma minusvalía moral.
Los
dos partidos mayoritarios juegan a una falsa enantiodromía (del griego:
"enantios", contrario, y "dromos", carrera), juegan a que los
ciudadanos corran entre esos dos opuestos que representan. Los partidos
mayoritarios, que hacen de su confrontación la única posible, propenden,
en ese exclusivismo, a aliarse contra el resto. Y del mismo modo que el
dios único tiene su propia revelación y profecía, tienen su plan para
nuestras vidas: competir como individuos por un salario para consumir
como termitas cuanto pongan a nuestro alcance.
A lo peor, también hacen falta muchas vidas sucesivas para salir de este infierno.
De
la inducción a esta hipnosis colectiva sólo se puede salir con un
ejercicio de enantiodromía verdadero, el de correr hacia lo opuesto,
pero no dentro del bipartidismo, sino hacia fuera del mismo: desbancar a
los partidos mayoritarios y acabar con esa aspiración a convertirnos en
termitas.
El
miedo y la rabia, frutos de la neurosis colectiva que padecemos, no nos
sirven para correr hacia la libertad. Son cadenas en nuestros tobillos.
La fundación de un nuevo ciclo precisa de una revolución individual que
los disipe. Mientras no se produzca, los partidos mayoritarios apelarán
precisamente al miedo y la rabia para alternarse en el poder.
Ricardo García Nieto
Ricardo García Nieto