Más que hablar, se seduce. Más que mostrarse, se posa. Más
que ser, se pretende ser. Vivimos en una permanente selección de actores.
Y todos se creen su papel. Los
modelos psicológicos se han vuelto publicitarios. Y –lo peor de todo- nadie ve
a nadie como es; sino como se lo imagina. Es un problema de óptica moral o
espiritual. A veces, nos empeñamos en que las personas son como anhelamos que
sean, y les atribuimos nuestros dones. Y se convierten en objetos que queremos
poseer: es mi guía, es mi amor, es mi líder carismático. La proyección, en
cualquier caso, está abocada a la decepción: no da el perfil, no es lo que
esperaba… Y hasta puede transformarse en rabia: maldito sea, hay que acabar con él…
Hoy día, en este mundo ilusorio hecho a la medida de los
ilusos, juzgar a una persona es de lo más fácil: ni siquiera hay que pensar.
Nos basta con nuestro despecho o con la energía psíquica de quien la critica
con saña.
Cuando alguien me da una versión, tiendo a pensar en la
versión del ausente. Cuando alguien me habla mal de un tercero, suelo entreverle
la bondad sustraída. La lógica de lo cotidiano nos ayuda a discernir. Pero hay
algo más. Igual que la gacela huele al tigre sin verlo, podemos presentir el
mal que se nos procura. O las liturgias que a nuestra costa se hacen en el lado
numinoso de la existencia. Nuestra vida psíquica es más grande de lo que nos figuramos.
La venganza siempre es contra uno mismo. Los malos deseos
hieren el alma propia antes que la dignidad o la piel ajena.
La vida es una oportunidad para que cada cual afronte su
destino. No se puede perder truncando el de los demás.
Ricardo García Nieto.