Para
hablar de la estupidez existencial –podría ser la tuya o la mía-, pondré como
ejemplo a cualquier gobernante. A él le dicen cada día que está haciendo un
gran trabajo. Se fascina con las críticas y se empecina en sus errores. Lo
mismo sucedía con los guardianes de los campos de concentración: se creían su
papel. Basta que te den una palmadita en la espalda para que sigas haciéndole
la vida imposible a cualquiera. Y lo más probable es que te la estés
fastidiando a ti mismo.
A fuerza
de creer, nos hemos convertido en presas. Los depredadores nos conducen con
creencias y nos cazan con mentiras. Muy pocos son capaces de ponerle fin a esta
danza de verdugos y víctimas. Quien lo hace goza de una dolorosa energía frente
a una masa agotada de placer. De palmaditas en la espalda.
Algo
superior en nuestro interior se duele de nuestras negaciones a nosotros mismos.
Competimos para que el ego se haga sitio adentro y nuestros corazones se
aceleren con las alabanzas de políticos, jefes, maestros o asesores de cualquier
pelaje. Nos estamos matando a fuerza de creer en un sistema que se alimenta de
promesas incumplidas.
Ha llegado
el momento de desmontar, piedra a piedra, todo lo recibido para reconstruirnos,
piedra a piedra, con todo lo que ha resonado en nuestras almas.
La obra de
nuestra vida precisa, además de todo lo vivido, de aquello que no nos hemos
atrevido a vivir.
Ricardo
García Nieto