Los
hombres que aprenden a olvidar su grandeza suelen dejarse llevar. No se plantan
en su terreno porque, real o figurado, lo perdieron. Son, de sí mismos, poco
más que una patología. La enfermedad de arrastrarse hasta la muerte.
Algunos se
perdieron por amor: darse hasta negarse. Otros se enviciaron por terror:
cualquier cosa, la que sea, con tal de sobrevivir. Algunos ni siquiera cayeron
en la cuenta de que se estaban desvaneciendo: les lavaron el cerebro.
Sea como
fuere -por amor, miedo o ignorancia-, todos se quedaron haciendo suposiciones
en medio del camino.
Mirados en
conjunto, son el síntoma de una nación agonizante.
Para que
mueran mis parásitos, yo también he de morir un poco.
Para no
tener un precio, hay que pagar un precio muy alto.
Ricardo García Nieto