Cada día, el fin del mundo me sorprende esperándolo. Abro los ojos y todo sigue igual. No se precisa de un meteorito, de un virus o de una bomba nuclear. Cada día es el Apocalipsis.
Los dueños
del planeta lo saben bien: para que una verdad no se crea, debe exhibirse
reiteradamente como ficción. Y nos muestran esa verdad de la manera más
evidente.
-¡Mirad,
viene el fin del mundo!
Aunque ya
estemos anestesiados y acomodados en él hace demasiado tiempo
La última
crisis financiera ha sacado del mapa más de 200 billones de dólares. ¿Dónde
está todo ese dinero? Los ingenieros sociales han hecho muy bien su trabajo,
encubriendo uno de los proyectos más grandes de la humana historia: una empresa
global para unos pocos elegidos.
La
constante apelación a nuestros instintos para que produzcamos y consumamos nos
ha cegado. ¿Cuál debiera ser nuestra gran obra? Hemos de recuperar la intuición
para sentirla, la conciencia para vislumbrarla y la voluntad para culminarla.
Lo que se nos promete como civilización no nos saciará.
Los
premios del sistema no superan en alegría al desconsuelo de sus víctimas, del
mismo modo que el goce del halcón no es más alto que el dolor de la golondrina
que apresa.
Nos han
dejado fuera. Y se imaginan a salvo. Pero quienes se creen como dioses, tarde o
temprano, habrán de caerse con pesar de su creencia. Lo mismo que el cometa que
se tuvo por estrella.
El “Nuevo
Orden Mundial” huele a almendras amargas.
Ricardo
García Nieto.