Después te dijeron que no, que de ninguna manera, que tenías que identificarte con tu cuerpo. Tu cintura, tu peso, tus orejas, tu nariz… Y sentiste que eras mejor o peor por el yugo de unas formas condenadas a cambiar. Más tarde, te contaron que había que madurar, que tenías que ser competitivo e identificarte con tus logros, tus éxitos, tu curriculum… Te llevaron a ese punto en el que el ser humano se vuelve depredador y quiere triunfar a costa de lo que sea y de quien sea.
El sistema engorda con las energías que sus adeptos malgastan a cambio de un coche, una casa, una cuenta corriente, un viaje a no se dónde… Esta es la época de la gran crisis personal.
El ser humano cae por primera vez en la cuenta de que la
vida se le escapa, que le quedan unos años. ¿Cuántos? ¿Quince, veinte, treinta?
Como no puede saberlo, se sube a una montaña y ve el valle con su rebaño, su
pastor y sus perros.
Aquí es donde comienza la nueva etapa de su vida. El ser
humano aprende a ponerse en los zapatos del otro. Y se identifica no con los
mejores, aquellos a los que el sistema ponía como ejemplo a seguir, sino con
los fracasados. Su corazón crece y golpea con sus latidos a las puertas del
alma. En ese momento descubre quién es. Desmonta cuanto le habían hecho creer
por educación y ve más allá de las narices de la usura, la extorsión y el miedo.
Es el momento de la gran reconstrucción personal. Lo que Carl Gustav Jung llamó “proceso de individuación”. Es el momento en el que cada uno se eleva más allá de los engaños, espejismos o apariencias que se empeñan en parecer el único horizonte posible. Y el alma nos revela su secreto.
Acabo de describir un tortuoso camino que suele coincidir con las distintas etapas de la vida. Muchos ni siquiera han pasado de la identificación con su cuerpo o sus logros. Pero otros ya estaban en la última etapa desde la adolescencia. O incluso antes.
Nunca será tarde, pero siempre imprescindible.
Es el momento de la gran reconstrucción personal. Lo que Carl Gustav Jung llamó “proceso de individuación”. Es el momento en el que cada uno se eleva más allá de los engaños, espejismos o apariencias que se empeñan en parecer el único horizonte posible. Y el alma nos revela su secreto.
Acabo de describir un tortuoso camino que suele coincidir con las distintas etapas de la vida. Muchos ni siquiera han pasado de la identificación con su cuerpo o sus logros. Pero otros ya estaban en la última etapa desde la adolescencia. O incluso antes.
Nunca será tarde, pero siempre imprescindible.