La libertad, en la boca del lobo de la necesidad, no existe. Si el
sistema depredador es el que te deja un margen para elegir (la bolsa o la vida,
tus derechos o la vida, tu dignidad o la vida) sería más que heroico optar por
el no ser. Un heroico error.
Los emboscados lo saben. Por eso no ponen la bolsa, los derechos y la
dignidad al alcance de nadie. Por eso intentan permanecer fuera del sistema en
la medida de lo posible. La bestia somete, pero no es el abominable enemigo que
creemos. La verdadera abominación son los francotiradores convencidos de la
legitimidad del monstruo. Los emboscados intuyen que el disparo se puede
producir desde el más inesperado lugar. Desde la tierna sonrisa. Desde el
abrazo cordial. Desde el beso aparentemente sincero. Los sicarios de la bestia
lo son aún más de su propio miedo.
Los vemos cada día. Fanáticos acomplejados, miedosos de lanza en
ristre, iluminados que ambicionan ser la espada y la pared.
Cuando todo les falla, echan mano de la calumnia lo mismo que el
leñador de un hacha. La imagen del emboscado cae. Pero no le importa. En la
naturaleza de los seres humanos, la caída de la imagen es semejante al
desprendimiento de un pétalo o al rodar de una piedra por la montaña. Y esto
sólo puede satisfacer la insania de quienes se creen mejores por ello.
Los emboscados saben que habrán de morir algún día. Es su ventaja. Por
eso no temen lo que haya de venir. Por eso no les quita el sueño cuantas
argucias ideen los adeptos al monstruo.
El emboscado eligió al margen de las bagatelas del sistema, de las
voluntades torturadas por el sistema, de las víctimas que se creen ser el
sistema mismo.
Antes de echar a andar, el emboscado ya ha puesto un pie en el más
allá.
Está más lejos de lo que mirada alguna pueda alcanzar.
Ricardo García Nieto