Al ser humano, convertido en mascota o res que ha de ser llevada al
matadero, no le queda otra opción que salirse del mapa y buscar su territorio
inexplorado.
Agotado por la política, que lo embauca, por las administraciones, que
lo controlan, o por los medios de comunicación, que lo narcotizan, el ser
humano sólo puede aspirar a ser su propio guía, su propio maestro, su propio
santo.
Somos coaccionados hasta el automatismo.
Es curioso ver a quienes se indignan por la coacción del Estado para
coaccionar con el poder de su partido o sindicato. Ver a quienes se indignan
por la coacción de los mercados para coaccionar a sus subalternos o empleados.
Ver a quienes se indignan por la coacción de las armas para coaccionar a su
familia en la vida privada.
Vivimos para el pánico. Y el pánico nos da la contraprestación de un
salario.
Jamás el ser humano ha sido tan esclavo física, moral, espiritual y
psicológicamente. La enfermedad arrecia tras las ventanas de nuestras almas.
Si queremos curarnos, habremos de perdonarnos: no por lo que hicimos,
ni siquiera por lo que nos hicieron creer que hicimos. Sino por haber matado
nuestra inocencia.
Si queremos recuperar nuestro poder, habremos de aprender a sonreír
ante cualquier amenaza.
La persona singular escasea. Cuando la encuentro sé que me hallo ante
una especie en vías de extinción.
A los plurales les gusta disfrazarse.
Al piojo le gusta la máscara del tigre. Se la coloca y coacciona. A la
oruga que se niega a ser mariposa le fascina el disfraz de serpiente. Se lo
pone y coacciona. Don “te voy a meter un paquete que te vas a enterar” se
arrastra lo mismo que el gusano sobre el vómito de su propio miedo.
El ser humano que aspira a ser su propio juez hará de su territorio un
bosque impenetrable, el sagrado lugar de su “sí mismo”.
Emboscado, inmune a la coacción, sano de todo miedo, vivirá en
libertad por primera vez en su vida. Al otro lado de su mirada, los muertos
seguirán enterrando a los muertos hasta el Final de los Tiempos.
Con este breve texto concluyo mi personal homenaje a ERNST JÜNGER.
Ricardo García Nieto