Tu
trabajo es la burbuja de tus compañeros. Tu barrio, la de tus vecinos.
Tu partido, un ejército de zombies con demasiada hambre. Enciendes la
televisión y tus células entran en presidio; abres un periódico y la
indiferencia baja por tu espina dorsal hasta dormirte los pies. En cada
esquina, los anuncios publicitarios te dicen cómo debes ser. Si les
haces caso, te convertirás en un monstruo hecho con restos de cadáveres,
como el de Frankenstein. Puedes elegir un libro para escaparte, pero
ten cuidado: hay una industria detrás que te impone una literatura que
no lo es. Yo recurro a los clásicos. Nunca te engañan. Puedes, también,
pasear por el campo o mirar las estrellas, pero guárdate del terminal y
sus whatsApp (o como se diga). Yo soy de los que aún no tienen teléfono
móvil.
Otra
posibilidad es la de cerrar los ojos y escuchar al visionario que
llevas dentro. Sabe más de ti que tú mismo. Y hasta argumenta. Pero los
de afuera no te dejarán demasiado tiempo con él. Y saldrás, de nuevo, a
la burbuja que te toque. Y a los horrores del paro y del hambre que la
rodean. Todo es hermoso cuando no tienes escrúpulos. Yo aún no he
perdido los míos. Algún bocazas te dice, con sonrisa de comité
ejecutivo, que salimos de la crisis . Miras al de la sonrisa y piensas:
tú eres la crisis y en tu casa no lo saben. Después te cruzas con la
periodista del bolso Loui Vuitton y supones las carencias emocionales
que le han llevado a pagar tanto dinero por un complemento así.
Todo
es más fácil de lo que parece. Y la anestesia social tiene sus límites.
Una cosa es que te atonten y otra que seas tonto. Los cazadores de
díscolos tienen la mente dislocada. Los directores generales de pollos
narcotizados cacarean en la ducha. Los monarcas, lo mismo que sus jefes
de gobierno u oposición, están ciegos: sólo ven números y tendencias.
Aún no se han preparado para la última hora, a la que llegarán con un
tren de privilegios que no cabrán en sus tumbas. Pobres mentecatos.
Hoy
estoy optimista porque he charlado con una persona diferente. Ya
conozco a siete. No sé a qué número habrá de llegar la masa crítica de
seres humanos que cambie el mundo. Pero si yo, que soy tan poca cosa,
conozco a siete, es porque debe haber millones. Toda una legión de
héroes.
Ricardo García Nieto