Entre
lo risible y lo dramático oigo decir: del trabajo a la tumba, de la
esclavitud al hoyo. Y es que lo de retirarse a los 67 ó 70 años escuece. El otro día oí una curiosa conversación entre varios cincuentones, muy animados por el vino:
-Cuando mi hija se valga ya por sí misma, y yo esté con 63 ó 64 años, asalto el Congreso.
-¿Estás hablando en serio?
-Mira
–insistía-, no sé si llegaré a la edad de jubilación, y si llego lo
será con un cáncer, seguro. ¿Para qué nos vamos a engañar? Ya no tendré
nada que perder y, por lo menos, me daré la satisfacción de llevarme a
unos cuantos hijos de Satanás por delante. ¿Os apuntáis?
-Cuenta conmigo –exclamó uno, dando un golpe sobre la mesa.
-Tenemos
10 ó 12 años para prepararnos –señaló el líder-. Sólo es cuestión de
logística y unos pocos ahorros. Y lo mismo hasta cambiamos el rumbo de
España.
-Eso sí que sería morirse de un orgasmo: dándoles su merecido de una puñetera vez en la vida –apuntó un tercero.
-Total
-sentenció el último- para apagarnos como perros sin coberturas
sociales… ¿Por qué no? ¿Por qué no le echamos un par y palmamos con
dignidad?
Me
imaginé un comando de sesentones dispuestos a asaltar el Congreso a lo
Clint Eastwood, dejándose la piel en ello, dándose el último gustazo
de sus vidas. Y sonreí, no sé por qué.
Luego, uno añadió, vaciando su última copa:
-Fijemos
el objetivo; no tenemos que morir en el Congreso… Pensemos en algo que
les duela de verdad… Tenemos 10 años para hacerlo.
Se
levantaron y desaparecieron calle abajo, hablando del Kalashnikov que
podía conseguir uno, de los explosivos que podría fabricar otro, de las
escopetas de caza, los machetes y las grabaciones que dejarían en
youtube a modo de testamento.
Me
quedé a solas en la terraza, divagando sobre aquel peculiar comando de
la tercera edad. Y concluí, tal vez por el efecto de mi propia
cerveza, que un incidente así tenía más visos de verosimilitud que los
Presupuestos Generales del Estado.
Aquella noche dormí, no sé por qué, con una sonrisa.
Ricardo García Nieto