Con
mis pensamientos se podría hacer un tratado de ornitología: tengo
muchos pájaros en la cabeza. Y cuando echan a volar, otros ocupan su
sitio. Por debajo de mí habla una naturaleza que jamás llegué a
comprender. Una especie de corriente que cambia de intensidad. Si yo
fuese un frigorífico, hace ya años que estaría roto.
Entre
los pájaros, que me disputan cual si fuera una lagartija que llevarse
al estómago, y los puñeteros cambios de tensión de la corriente, que me
tiene conectado a sólo Dios sabe qué, certifico mi escasa libertad y mi
propensión a la melancolía. Si la intemperie española ya resulta de por
sí catastrófica, bien se podrá imaginar quien me lea por qué escribo.
Para no volverme loco. Los poetas toman la palabra para mostrarse. Los
políticos toman la palabra para dictar. Yo tomo la palabra cual si fuera
un complejo vitamínico. Para metabolizar mejor los sapos que cada día
nos tragamos el resto de los mortales. No entendía a mi padre cuando me
decía: hijo mío, eres más infeliz que un piojo. Ahora sé que estaba
corroborando el orden duradero de mi existencia.
Soy
feliz frente al mar. Me creo su respiración y entiendo su lógica. En mi
quietud, hipnotizado ante su movimiento, soy como un eje. Me humedezco
las manos y toco un galeón. Toco una hoja y hablo con sus raíces. Hablo
con el teclado y los pájaros aletean en mi cabeza.
Ricardo García Nieto