jueves, 7 de noviembre de 2013

LA TESIS DEL GALLINERO

El 2 de noviembre de 1848, Edgar Allan Poe intentó suicidarse. La pérdida de su joven esposa, las penurias económicas, la caterva de rufianes que escribía contra él o que, sencillamente, le hacía la vida más difícil, le llevaron a beberse un frasco de láudano. ¿Quién, en tal ensamblaje de infortunios, no ha deseado disponer de un paracaídas con el que arrojarse de este mundo incendiado, de este avión abatido a punto de estrellarse?
Poe apuró su frasco de láudano. Pero sobrevivió. El incidente, como cualquier otro acontecimiento que proyecta su sombra con anterioridad, fue la anticipación de su muerte, acaecida un año después.
A Poe lo hallaron el 3 de octubre de 1849 tirado en el suelo, con ropas ajenas, delirando. No se sobrepuso del “delirium tremens” que padeció durante tres días. Y murió. Tenía cuarenta años. ¿Qué le condujo a ese estado? No se sabe a ciencia cierta, pero prevalece la “tesis del gallinero”.
El día que lo encontraron era electoral en Baltimore. Había, entonces, bandas organizadas de “agentes electorales” que secuestraran a mendigos o a simples paseantes en una calle solitaria. Los encerraban en un antro, al que llamaban "gallinero", donde se les emborrachaba o drogaba, y cambiándoles sucesivamente las ropas, se les paseaba por distintos colegios electorales para que votaran a un partido determinado. Después, los abandonaban en cualquier sitio.
Perder a un ser querido, vivir precariamente, ser demonizado… Las fatalidades siguen siendo las mismas. Siempre lo han sido. Lo que ha cambiado sutilmente desde los tiempos de Poe ha sido el gallinero. Ya no es un antro clandestino, sino nuestra propia casa. Y las drogas que nos suministran para llevarnos a votar no son el alcohol o los opiáceos, sino el hipnótico runrún de radios y televisiones, y los mandalas de la prensa. ¿A quién vas a votar? No lo sé. Si no votas ganarán los de siempre. Es hora de confiar en estos, en los otros, en los de más allá…
Nos han convertido en agentes electorales, ovejas que se vigilan unas a otras en la nube del rebaño.
¿Alguien, en su sano juicio, puede negar que vivimos en una constante campaña electoral? ¿Cuántas veces, desde los medios, nos golpean las siglas de los partidos políticos a lo largo de un día? ¿Quinientas veces? ¿Mil?
La propaganda, como las olas a la orilla de nuestras almas, nos va limando como a guijarros, como a redondas piedrecillas que difícilmente se distinguen.
Los personajes de Poe que más me gustan son los que se confiesan en los límites de la cordura a consecuencia de las vivencias que se disponen a narrar. Son proféticos en tanto describen el estado psicológico del hombre del siglo XXI. La abominación del desempleo, el terror a verse en la calle, hace que las visitas a psiquiatras y psicólogos, y el consumo de ansiolíticos y antidepresivos hayan crecido exponencialmente en pocos años. En este aspecto –y en muchos otros de los que ahora no daremos cuenta- Poe fue un visionario. El desequilibrio al que nos someten sus cuentos tiene mucho de sí y tanto o más de nosotros.
Los últimos días de Edgar Allan Poe parecen escritos por él mismo. Nos llegan como un eco. Quizá como una advertencia: salir de un gallinero para morir se está convirtiendo en una forma de vida.


Ricardo García Nieto