Dino
Buzzati escribió un libro tremendo: “El desierto de los tártaros”. Es
el relato de una expectativa que no se cumple. La de unos soldados que
se pasan la vida frente a un desierto, en una fortaleza, aguardando una
batalla que nunca llega. Al igual que los personajes de este relato,
todos estamos en el tran-tran de la vida esperando a que llegue el gran
momento, soportando la fuerza de atracción del hábito y la costumbre,
percibiendo la fuga del tiempo, el sinsentido que aceptamos como una
obligación o una limosna.
Entretanto,
nos dan palmaditas en el lomo. Somos perros famélicos de sentido, que
se ven rollizos cuando se miran en los escaparates. Nos ponen caprichos
en la televisión y yugos en el horizonte. Nos adiestran. Lo sabemos y lo
consentimos.
El
letargo nos desgasta en nuestra humilde fortaleza. Y los años se nos
precipitan por ese desierto que, de tarde en tarde, nos compensa con
algún espejismo.
¿Qué nos consume a la par que nos volvemos locos por consumir relojes, bolsos o carteles electorales?
Nos
tientan con lo que nunca nos podremos llevar de este mundo. Y no es que
nos hayan alienado, no. Es mucho peor. Nos han escindido. Nos han
dividido en dos: han colocado dentro de nosotros un adversario. Un
imbécil que nos seduce.
Recordemos esta etimología:
El término diablo proviene del griego διάβολος (diábolos): adversario,
que a su vez deriva de διαβάλλω (día-ballö): dividir).
Estamos
divididos por algo que ha crecido en nuestro interior, el adversario de
nuestra auténtica naturaleza, la que busca sentido en cada quehacer.
¿Quién lo puso en nosotros? ¿Quién lo nutrió? Hagamos un poco de memoria:
En 1928, Herbert Clark Hoover llega a la presidencia de Estados Unidos y se dirige a un grupo de magnates y publicistas para decirles: “Tenéis la labor de crear el deseo y transformar a la gente en máquinas de felicidad en constante movimiento, máquinas clave para el progreso económico”. El objetivo era estimular la irracionalidad del ser humano para que consumiera y consumiera lo mismo que un pollo traga sin cesar el grano que se le pone en el pico. Nuestra naturaleza superior debía ser sustituida por ese “yo irracional”, nuestro adversario.
En 1928, Herbert Clark Hoover llega a la presidencia de Estados Unidos y se dirige a un grupo de magnates y publicistas para decirles: “Tenéis la labor de crear el deseo y transformar a la gente en máquinas de felicidad en constante movimiento, máquinas clave para el progreso económico”. El objetivo era estimular la irracionalidad del ser humano para que consumiera y consumiera lo mismo que un pollo traga sin cesar el grano que se le pone en el pico. Nuestra naturaleza superior debía ser sustituida por ese “yo irracional”, nuestro adversario.
Una
vez inoculado a través de los medios de comunicación, no faltaron
gobernantes y banqueros que le dieran su pan de cada día. Y siguen ahí.
Son los ventajistas, los psicópatas, los inventores de crisis y guerras.
Son los que han heredado la Tierra, los que deciden la forma de
gobierno de tu nación, los que te han birlado tu soberanía económica,
los que eligen a los líderes de tus partidos, a los que se sientan en
los consejos de administración de tus petroleras, eléctricas y
telefónicas.
Si te enfrentas a ellos, pierdes.
Pero
tienen un tendón de Aquiles. ¿Sabes cuál es? Tu idiota interior, tu
adversario, el que irracionalmente vota, compra, invierte o se conforma
con unas palmaditas en el lomo tras un despido o desahucio.
Nos tratan como a perros famélicos de sentido. Cuando lo recuperemos, seremos libres.Ricardo García Nieto