El amor tiene sus dársenas, como
la luz sus cuerpos. El amor a un ser humano, animal, planta o bosque
son las formas que tiene de conocerse el alma. Los fondeaderos en los
que reposa son como torbellinos que extraen de nosotros lo inesperado
para regalárnoslo, para decirnos “eres así, por extraño que te parezca”.
Hoy
he perdido uno de esos pequeños refugios. Me refiero a una sencilla
gata que me ha acompañado durante los últimos años. Nos entendíamos con
la mirada. Parió su camada junto a mí, mientras yo dormía. Cada vez que
se disponía a salir por la ventana, volvía su cabeza hacia mí y me daba
un corto maullido: “luego nos vemos”. Y cuando volvía por la noche, se subía a mi regazo a ronronear. Había sido un día largo para ambos.
La
naturaleza nos da mucho más de lo que exige. Un árbol, una abeja o un
perro dejan más de lo que se llevan. Y mi gata me ha hecho mejor
persona. Nos ha dejado por el golpe seco de un automóvil en su cabeza.
No ha sufrido.
Ahora se estira y acomoda sobre mí en el largo metraje de los recuerdos.
El amor tiene sus dársenas, como el dolor sus ritos.
Le debía estas palabras.
Ricardo García Nieto