Podemos
llamarle Magog. Me dijo que había reunido doscientos millones de
euros y que se encontraba contento porque su dinero se multiplicaba
solo. Cada mañana, encendía su ordenador y miraba sus cuentas bancarias.
-¡Amorcito! –gritaba a su joven esposa-. Hemos ganado cien mil euros en tan sólo diez horas.
Y volvían a la cama entre arrumacos.
Magog
es listo. Huele las oportunidades. Y dice sus verdades sin rodeos, como
si fuese una sepia dotada con el don del lenguaje:
-Me encanta esta crisis.
Lo
conozco hace treinta años, cuando los dos acabábamos de terminar
nuestras respectivas carreras. Yo le hablaba de misterios lunares, y él
me replicaba:
-Eso no da un céntimo; nuestro futuro depende de los contactos y de la inversión inicial.
-¿Qué inversión?
-La que, tarde o temprano, tendremos que hacer.
-Pues yo no pienso hacer ninguna.
-Peor para ti.
Nunca
trabamos amistad. Y la vida ha sabido colocarnos en el lugar que,
posiblemente, nos merecíamos. Cuando nos encontrábamos en bodas o
comuniones, siempre me presentaba a alguien con la misma frase:
-Este es Mengano, y no es un cualquiera, ¿sabes? Es el director de Marketing de Iberdolorosa o de Telefláutica.
-Encantado, yo soy un pordiosero neomístico.
-¡Qué cosas tienes!
La semana pasada me lo tropecé en una churrería.
-Me
habló de sus glorias monetarias, de las imprescindibles inversiones
privadas en el sector público, de la inflación que se iba a disparar
entre el 2015 y el 2020…
-¿Y cuando venga el colapso financiero global? –cuestioné.
-Eso es imposible.
-¿Y tu muerte? –le pregunté-. ¿Te estás preparando para cuando te sorprenda?
-Tengo seguros de vida.
-¿Te salvarán tus seguros cuando tengas cáncer?
-Me hago revisiones todos los meses y estoy estupendo.
-¿Y cuando seas viejísimo?
-Ya inventarán algo con células madre o lo que sea.
-¿Y cuando cumplas seiscientos años?
-Bueno, te dejo, que tengo prisa.
Magog
tiene esa extraña vitalidad que da el dinero. Vive como en trance.
Aunque, de vez en cuando, se encuentra con un pordiosero neomístico que
lo catapulta más allá de lo contable y le amarga el día. ¡Qué le vamos
hacer!
Ricardo García Nieto