jueves, 21 de noviembre de 2013

HACE DIEZ AÑOS QUE NO JUEGO AL AJEDREZ

Hace diez años que no juego al ajedrez. Me apasionó desde mocoso, cuando mi padre me enseñó que la decencia de una partida era semejante a la de la vida. Es curioso… Ahora que lo pienso, creo que jamás le gané, ni siquiera cuando tuve la petulancia de ejercer como profesor de ajedrez durante dos años. El genio natural de mi progenitor se imponía a toda estrategia. Y sí, tenía razón: el ajedrez se parecía demasiado a la vida.
Las aperturas (abiertas, semiabiertas, cerradas o de flanco) eran la forma que tenían los contendientes de salir de su útero para encontrarse; los sistemas de defensa o ataque, una actitud ante el mundo; el medio juego, una madurez a la que se llegaba con demasiadas heridas; el final, una agonía que se podía retrasar o un golpe de gracia que, inexorablemente, habría de darse. Jaques, sacrificios, celadas… Y la soledad de un rey que, de tanto sospechar, intuir o ver, perdía algo más que su prestada corona. ¿A quién queríamos matar? ¿De qué huíamos? El ajedrez era una suave aflicción, una vacuna contra el dolor luminoso de los días y el oscuro desconsuelo de las noches.
A diferencia de los naipes o la política, en el ajedrez no se puede ir de farol. Los dos contendientes saben lo que hay o lo que puede venir. No se mienten. Y llegados a cierto nivel, las malas artes son un indicio de flaqueza que se termina pagando con la vida.
En la vida pública española faltan ajedrecistas y sobran trileros. La posición de las piezas se esconde tras sonrisas innobles, se permiten jugadas ilegales y se engaña por hábito. La mentalidad de un jugador de ajedrez ya no sirve para sobrevivir en nuestra sociedad.
Hace diez años que no juego al ajedrez. Su significado último se impone sobre cualquier otra consideración. Borges lo tenía muy claro:

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Si somos el sueño de un dios que, a su vez, es soñado, ¿quién no nos dice que, en nuestros sueños, somos responsables de otros universos? ¿Quiénes mueren y quiénes triunfan, quiénes aman y quiénes odian en nuestra trama onírica? ¿Nos mirarán, nos harán ofrendas, nos pedirán que cese esto o aquello? Sólo podemos desear que no, que esa responsabilidad no caiga sobre nuestros párpados cerrados
Miles de años antes que Borges, en el “Rig Veda” se podía leer:

¿Quién lo sabe con certeza? ¿Quién lo afirma?
¿De dónde nació, de dónde procede la Creación?
Los dioses son posteriores a la creación de este mundo…
¿Quién puede, pues, saber los orígenes del mundo?
Nadie sabe de dónde surgió la Creación
o si Él la ha hecho o no la ha hecho,
El que todo lo vigila desde los altos cielos.
Sólo Él lo sabe. O quizás no lo sepa.

La humildad subyacente en este texto hindú debiera inclinarnos a la reflexión. ¿Quiénes pueden creerse en la posesión de la verdad cuando ni a los dioses se les concede ese atrevimiento?
España se ha cerrado en lo necesario. Sólo existe el dios de lo necesario. Sus profetas te dicen que esto es así o asá sin otro argumento que su necesidad. Hasta las víctimas que se van quedando por el camino se vuelven necesarias.
La partida de ajedrez entre necesarios e innecesarios acaba de comenzar. Y los contendientes ni siquiera saben a qué están jugando. Y cuando lo sepan, habrá decretos que les cambien las reglas. Y cuando se adapten a ellas, habrá nuevos giros y conveniencias.
Los políticos de lo necesario son el mayor peligro del siglo XXI. Su finalismo es un dogma: no pueden equivocarse. Son más listos que El que todo lo vigila desde los altos cielos. A esa seguridad le ponen el nombre de convicción. Y se les alaba por ello. Los muertos necesarios de sus políticas son las piezas que quedan al margen de un tablero distorsionado. Yo les llamo psicópatas.
Hace diez años que no juego al ajedrez.


Ricardo García Nieto