El expolio de la infancia tiene consecuencias trágicas. Los
niños en el futuro tendrán carencias si les arrebatamos los juegos, el
ensimismamiento, la contemplación de su realidad como si fuera mágica y, sobre
todo, el constante cariño que necesitan. Convertirlos en niños adultos es
arrebatarles la inocencia y abonar los campos de la neurosis. Las adicciones
son formas de suplir esas carencias. Maneras de huir del dolor escondido. ¿Y
hay algo más desalentador que una huida? Sí: un alma con una herida que no
cicatriza.
Juzgar es agredir la imagen moral que cada cual tiene de sí
mismo, poner un dedo acusador en esas heridas. La sanación de ellas implica tanto
la indiferencia hacia los jueces como la regresión a la niñez, un viaje donde
se reviva el abandono y se contemple la causa del mal, la daga que hirió por
miedo a que los niños fuesen niños. En mayor o menor grado, todos somos víctimas
de víctimas.
Especial atención me merecen los niños a los que ahora se les
coloca la etiqueta de hiperactivos, los que en otro tiempo eran sencillamente
inquietos o bulliciosos. Se les administran medicamentos que actúan como camisas
de fuerza químicas, soslayando la raíz de su intensa actividad, que en muchos
casos es el modo que el niño tiene de ejercer una huida anticipada.
No sé cómo concluir este pobre texto para un problema tan
grave. Puede que no haya nada definitivo en los avances de la psiquiatría o la psicología
infantil. Quizá lo que ganamos en conocimiento lo perdemos en sabiduría. Quien camina
con responsabilidad sabe que línea del horizonte nunca se alcanza.
Ricardo García Nieto.