A veces, las
tortugas nos miran desde el apogeo de la melancolía. Luego, reanudan su paso
como si fuesen a una cita ineludible, a un lugar que queda muy lejos. Puede que
hayan aprendido que el estupor y la huida se quedan en nada cuando el rumbo es
el correcto. Que siempre se llega a tiempo por muy tarde que se llegue.
Como las
tortugas, yo llevo una casa a cuestas, un recinto soleado en el que habitan
todos los hombres que he sido: el atrevido, el autómata, el obsesivo buscador, el
extasiado, el teatral rompedor de silencios, el humilde y el pedante, el
estudioso y el loco, el que reza y el que compra… Conviven de muy mala manera:
una vida es una casa demasiado pequeña para tanto invitado. Cuando hago un
descanso en mi camino, se apodera de mí la melancolía de las tortugas. Miro a
un lado y a otro como si buscase el viento y prosigo mi andadura. He de ser fiel a mi cita: llevar a todos mis huéspedes mar adentro.
Ricardo
García Nieto.