Hace años
que el escritor Alberto Vázquez Figueroa creó un proceso baratísimo para
desalar el agua y hacerla potable en todo el planeta. Pero este hombre genial
se topó con la negativa de los políticos y representantes de las grandes compañías
eléctricas. Estos imperios económicos, que desalan el agua a precios muy
elevados mediante el uso de la energía eléctrica, no podían permitirse el lujo
de perder miles de millones de euros con la puesta en funcionamiento de su
sencillo invento. Y Vázquez Figueroa vio día tras día cómo se le ponían trabas
a su revolucionaria creación. Su afán por evitar las muertes por carencia de
agua potable en el mundo se vio zancadilleado con la malsana intención de los
codiciosos del planeta. Y de nuestro país.
Hablamos
de agua, pero lo mismo sucede en el ámbito de los medicamentos: cuando el
sistema sanitario necesita financiación, las grandes compañías farmacéuticas
ofrecen su ayuda económica a condición de que se prohíban ciertas marcas o
sustancias naturales sin efectos secundarios que les harían la competencia a
sus productos ya desfasados. Nos asombramos de que artículos naturales inocuos
y eficaces, permitidos en Alemania, Noruega o Estados Unidos, estén prohibidos
en España. Y no lo entendemos.
Hablamos
de agua y medicamentos, pero ¿qué no podríamos decir de los alimentos o del
petróleo?
Estos dueños
de tanta multinacional, de codicia sin fin, tienen la ventaja de contar con la
ambición de los políticos, que han convertido la corrupción en toda una
industria, con el silencio de muchos medios de comunicación y con el
consecuente desconocimiento de la gente corriente.
Los
intereses financieros limitan en muchas ocasiones el bienestar de la humanidad.
Lo tenemos asumido con demasiada facilidad. Olvidamos que tras ellos hay
personas de carne y hueso. La compañía eléctrica que impone el agua desalada a
precios tan altos tiene un director, tiene miembros en un consejo de
administración, tiene inversores a los que sólo les importa que sus valores
suban en la bolsa. Y, cómo no, sus oportunos y mercenarios políticos.
Que el
agua potable desalada con la sencilla invención de Alberto Vázquez Figueroa
reduzca sus márgenes de ganancia es algo intolerable. Aunque la gente se muera
de sed.
El genio
de nuestro escritor produjo la posibilidad de un milagro: agua para toda la
humanidad. Verlo algún día dependerá de nuestra capacidad para vencer la
codicia de unos pocos.
Ricardo
García Nieto.