Cuando
Dios quiere sentir miedo, se pone bajo la piel de un poderoso. Cuando desea
probar la cólera, se pone en los zapatos de un súbdito. Cuando busca el amor
humano, se deja mecer por los brazos de una madre. O se queda en la mirada de
quien ve su espíritu en el otro.
El miedo y
la cólera le aburren. Van en la misma moneda: la de usureros, traficantes y
mercenarios. El amor humano le recuerda quién es. Que tal vez nada haya sido en
vano.
Ricardo García Nieto