El poeta Juan Gil-Albert nos decía que “vivir es lo más íntimo del mundo”. Sus poemas están labrados con la renuncia a cuantos lujos superfluos ofrece el mundo moderno, la riqueza inútil, los obsesivos quehaceres y ambiciones, la acumulación asfixiante de bienes materiales que convierte a los hombres en esclavos de su codicia o prestigio.
En su poema “El pecado original”, veía a los hombres sepultados:
En su poema “El pecado original”, veía a los hombres sepultados:
Unos en sus trabajos y tormentos,
otros en sus riquezas, infelices
ambos bandos, voraces, afligidos,
éstos de sed, aquéllos de desgana,
seres en quien la fuerza de la vida
muestra en unos las garras opresoras,
en los otros las ansias vengadoras,
y un día y otro así y eternamente
tal frenesí inhumano…
otros en sus riquezas, infelices
ambos bandos, voraces, afligidos,
éstos de sed, aquéllos de desgana,
seres en quien la fuerza de la vida
muestra en unos las garras opresoras,
en los otros las ansias vengadoras,
y un día y otro así y eternamente
tal frenesí inhumano…
Juan Gil-Albert estaba un escalón por encima de cuantos constriñen su vida a la pobreza o la riqueza material. La “ilustre pobreza”, que da título a otro de sus poemas, era defendida como un verdadero lujo.
Recuerdo sus poemas al hilo de algunos vaticinios que últimamente he oído en varios medios de comunicación. Uno de ellos proviene del profesor Daniel Baker. ¿Quién es este señor? Es el director del Laboratorio de Física Espacial y Atmosférica de la Universidad de Colorado, y ha realizado para la NASA un informe sobre las consecuencias que podría tener la tormenta solar que prevé para el año 2012. En las 145 páginas de las que consta este informe, se hace hincapié en el peor de los escenarios posibles: la destrucción global de los sistemas de telecomunicaciones y de distribución de energía. O lo que es lo mismo: volver de golpe y porrazo al siglo XIX, a vivir sin teléfonos ni ordenadores; sin radio, televisión o frigorífico alguno; sin control aeronáutico ni cajeros automáticos; sin bombas que lleven agua a nuestras casas o gas oil a los depósitos de nuestros automóviles … ¿Cuánto duraría esta hipotética situación? Daniel Baker habla de semanas o meses. Nunca se sabe.
El hombre tecnológico del siglo XXI está acostumbrado a que el mundo se ponga en funcionamiento apretando un botón. Ha olvidado lo que es adaptarse a las condiciones del lugar que habita y someterse a los ciclos naturales. Si el escenario que vislumbra el profesor Daniel Baker se diera alguna vez, al hombre tecnológico no le quedaría otra opción que rescatar a sus ancianos del olvido para convertirlos otra vez en fuentes de sabiduría, instructores capaces de enseñar cómo se puede vivir sin electricidad, cómo se hace correctamente un pozo o se cultivan patatas y tomates. Un regreso a la naturaleza, a lo doméstico, a la transmisión oral y la contemplación del paisaje a la velocidad de quien simplemente camina.
Las tribus del Amazonas no notarían el cambio. Tampoco los que han optado por vivir en campos o montañas donde el agua es un regalo de arroyos y manantiales.
Nadie puede predecir el futuro, pero parece inexorable que dentro de no muchos años, ya sea por una tormenta solar o por un cambio global de conciencia, la vida de los hombres tendrá que volver a una moderación en el consumo de los recursos finitos de nuestro planeta. Porque como decía el gran Gil-Albert:
Sólo así yo sabría oscuramente
qué sabor verdadero guarda el hombre
de su honradez antigua y su tristeza.
qué sabor verdadero guarda el hombre
de su honradez antigua y su tristeza.
Ricardo García Nieto